La temperatura en esa habitación en particular era altísima, casi insoportable, mas no tenía otra opción y decidió permanecer sentado tal y como se lo habían sugerido hace varias horas los encargados del aseo del recinto
Demasiados tonos blancos molestaban a los ojos sensibles del sentado. Sus ropas, también blancas, aportaban con una buena parte del calor que sentía, sin embargo algo en su mente, tal vez en su memoria, no le permitía el quitárselas.
La habitación no era del todo incomoda, las paredes acolchadas le permitían el abalanzarse contra ellas sin sentir dolor alguno, los barrotes de la ventana le servía para sostener el peso de su cuerpo cuando sentía ganas de levantarse por sobre el suelo, la puerta gruesa era un bendición que lo salvaba de escuchar los alaridos de la gente extraña que había oído el día que llego, y la pequeña rendija que ésta tenía, le permitía mirar hacia el pasillo cuando sentía mucha curiosidad.
El calor todavía estaba ahí, y no se alejaba por mucho que el rogase. Al final perdió la paciencia e intentó combatirlo, esa era la última opción que le quedaba, y la utilizó.
Varios días después, cuando tocaba la inspección de habitaciones, los encargados encontraron un cuerpo sin vida en el suelo, rodeado por una gran mancha de sangre, producto de una herida que le atravesaba el pecho, junto a él, escrito con sangre, decía: “¿cómo iba yo a saber que el calor tenía un cuchillo?”.