Inicio / Cuenteros Locales / Daicelot / Los tres mosqueteros y la irrealidad
Uno camina equilibrándose por los rieles del tren. Otro agacha la cabeza en busca de la piedra filosofal. Otra va a un negocio a preguntar cosas del trabajo. Los tres se reúnen en cinco minutos. Hablan. Caminan mientras hablan. Están ya a media cuadra de Sodimac y el día hurta los últimos momentos de luz con una velocidad impactante. "Habría salido más corto por el otro lado" dice otro. "Sí, pero da lo mismo" dice uno. "¿No es ese Sodimac?" dice otra. Los tres caminan en fila. Uno va a la izquierda, otra va al medio y otro a la derecha. Otro habla y coteja sobre el loto y los tres mil millones de pesos a rifarse aquella misma noche.
- Yo... yo de ganármelo seguiría viviendo tal cual. A lo más me pago la carrera y el resto lo guardo -dice otra.
- Yo cacho que me hago un estudio de grabación y le enlisto el disco a mi hermano -contesta otro.
Uno se queda callado. Comenta algo de escribir un libro y vivir en un campo del sur austral.
Definitivamente se le puede llamar noche al momento. Una panorámica cansada de Uruguay Norte frente al resto de brillo de sol que se pone naranjo detrás de los postes de luz. Es la última mirada, ya doblando por Caupolicán no se verá nunca más el mismo sol, o nunca el mismo que el de ese día, un sol magenta gatopardo con tintes blancos que se robaba toda la atención selectiva y camuflaba la dividida en unos cuantos ejemplos del efecto stroop.
Otra habla con voz clara. Voz clara y fina; de mujer. Cuenta sus peripecias de trabajo en el Doggy's y sus aventuras de colegio y universo, de aquellos magentas gatopardos con tintes blancos de los extraviados y desconocidos por los hombres por culpa de extrañas y místicas longitudes de onda secretas.
"Doguis, doguis, doguis" repite mentalmente Uno con los ojos rojos. Repite y patea piedras en forma silenciosa, mirando de reojo cómo un foco naranjo parpadea como guiñándole un ojo.
- Tengo la boca seca. Comenta Uno con ojos de beduino.
- Tengo frío. Coteja Otra con la mirada perdida.
- Tengo hambre. Sentencia Otro con seguridad y pragmatismo.
Siguen en fila de tres. Llegan a la Ufro y se paralizan frente a la entrada de cerco negro y congelado y eterno. Es la hora de sellar el momento, de saber que será del destino de todos y cada uno. Si es posible, quizás, la supervivencia en medio de la noche o de la selva, o del refugio que patenta una micro cualquiera de a gamba el pasaje.
"Yo me voy a la Biblioteca a calentarme un poco" comunica la Claudia. "Yo entro y me compro alguna bebida no alcohólica no superior a 200" digo yo. "Entonces nos despedimos, porque yo me voy a mi casa a comer" sella el Matias.
Y todos hacen lo que habían dicho mientras ya el último rayo del sol magenta gatopardo con tintes blancos se colaba por la punta invisible de la reja negra de la Ufro muerta. |
Texto agregado el 02-05-2005, y leído por 10165
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