Yacía en el suelo, bocabajo, semiconsciente.
Del cielo, todavía seguían cayendo cascotes, tierra y metralla, y un gran manto de polvo cubrió todo mi campo de visión.
Pasados unos segundos, los primeros aullidos y lamentos de mis compañeros no tardaron en llegar, convirtiéndose así en la única referencia que disponía del exterior.
Todavía en el suelo, no me atreví a reincorporarme. Me sentía magullado, débil, y un fuerte dolor de oídos me martilleaba la cabeza.
¿Y si me levanto y me desplomo de inmediato? ¿Y si tengo una contusión interna?
Francamente, no tuve miedo. Supongo que tampoco era lo suficientemente consciente para percibir la realidad de aquel momento.
¿Me siento los pies? Si.
Suspiro de alivio.
Me palpé todo el cuerpo suavemente, con movimientos lentos, buscando alguna herida grave, buscando algún dolor intenso, pero no encontré indicios de mal presagio. Magulladuras, si, pero nada serio.
Mientras, a mi alrededor sentía movimiento, confusión. Iban de aquí para allá, sin dirección aparente, acompañadas de voces que ordenaban, chillando, confundiéndose con el sin cesar de esos gritos desgarradores.
El radio empezó a transmitir.
Águila roja , águila roja, aquí águila verde, ¿me recibe? Cambio. (jjrrrrrrrrr)
Águila roja , águila roja, aquí águila verde, ¿me recibe? Cambio. (jjrrrrrrrrr)
Alguien se arrodilló a mi lado y me preguntó como me encontraba. Con un ligero movimiento de mi mano, le respondí con un OK.
Te sacaremos de aquí, aguanta.
Alcé de nuevo la mano, esta vez para que me ayudara a reincorporarme. Pesadamente, consiguió alzarme, y me sostuvo un buen rato por miedo a una posible caída.
A explosionado una mina, cuatro soldados heridos, solicitamos evacuación urgente, cambio. (jjrrrrrrrrr)
Cuando la nube de polvo se diluyó, el panorama que se me ofreció era del todo dantesco. Tres chicos yacían inertes en el suelo. Uno de ellos, en especial, estaba completamente destrozado junto a un pequeño cráter. Los sanitarios, en un baile frenético, intentaban reanimar esos cuerpos inconscientes.
No se si fue por las imágenes o por mi estado, el hecho es que me mareé y tuve que sentarme en las ardientes tierras del desierto de los Monegros.
Frotándome la cara, recuperando el aliento, maldije toda esa mierda.
Me pregunté el por qué estaba en el servicio militar. Tenía otras salidas. Podía haberme echo objetor de conciencia, y ahora mismo estaría sirviendo a la comunidad en una asociación de vecinos, o en un asilo, que se yo, fuera de aquí.
También podría haber sido insumiso. Por ideología política, hubiera sido lo más lógico. Lo más correcto. Pero hay que ser valiente para serlo, y yo, no, yo no soy valiente.
Entonces apechuga - me espeté.
Pero la rabia pudo con la sensatez y balbuceando mis primeras palabras, empecé a cagarme en todo cristo. Me cagué en España y en el ejército. Me cagué en Dios y en el Rey. Me cagué en el capullo que había puesto esa puta mina y en mi mismo por estar presente en esa locura.
Al rato, llegó el helicóptero de rescate, llevándose al hospital más cercano a dos chicos heridos y un cadáver.
En ese día, se acabaron unas maniobras, y empezaría el principio de un suplicio que acabaría ocho meses más tarde.
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