Hubo un tipo que se hizo de unos cuantos miles de dólares. Como estaba harto de hacer dinero para tener dinero, decidió rentar un apartamento en Isla Mujeres, por tiempo indefinido. Y ahí se exilió: con sus ahorros se fue, a disfrutar lo que su trabajo le había dado.
Durante meses vivió como rey. Comía bien, vivía en una isla pacífica, hacía amigos, amigas, sobre todo. Disfrutaba del sol y la arena como si ahí hubiese nacido. Su pasatiempo favorito consistía en conocer europeas en la playa seminudista del norte de la isla e invitarlas a posar para él. Tuvo de todo: suecas, inglesas, españolas, francesas, alemanas y hasta una que otra mexicanita aventada; en las tardes de ocio se dedicaba a ordenar su álbum de fotografías, hasta caer en felices sueños.
Con el tiempo y la buena vida el presupuesto se fue recortando: en lugar de diez cervezas por día tuvieron que ser cinco y a falta de tres alimentos diarios, le fueron suficientes dos. Su hobby se mantenía intacto y su colección de fotografías crecía y crecía. Luego se tuvo que mudar a un apartamento más pequeño. Con el tiempo comenzó a deber la renta hasta el día que el casero le echó.
Ni el hecho de no tener casa le hizo dejar el afán fotográfico: seguía convenciendo a las turistas para posar por él y vivía por acá y por allá.
Así continuaba su vida, hasta que no tuvo dinero ni para pasar el día. Con todo el dolor de su corazón decidió deshacerse de su colección de fotos, una a una. Por todas las largas noches de un mes lunar se plantó frente a los bares turísticos para vender sus objetos de arte.
Y sobrevivió por unos quince días más. Poco después comenzó a circular por el pueblo un rumor: “lo que el hombre vende es en realidad pornografía y no sólo eso, sino que tiene una red de prostitución. Esas no son fotos: son catálogos”.
Un miércoles por la tarde llegaron los policías municipales con una orden de arresto: el hombre era un mal social. Por más que intentó explicar una y otra vez su vida... nadie le creyó. Lo encerraron en la cárcel local, en espera de instrucciones de la agencia federal de investigaciones.
Vino un cambio de autoridades por un caso enorme de corrupción en todas las esferas del gobierno quintanarroense, su situación quedo en el limbo durante dos años. Nadie recordaba quien era o qué hacía ahí.
Él no se quejó. Su celda tenía vista al mar y una vez por semana le dejaban bañarse en la playa; había acumulado tantas historias que ahora vivía de ellas. Estaba alimentado y mantenido, ¿no era eso lo que finalmente quería?
Al iniciar el tercer año llegó un nuevo delegado. Se dieron cuenta del error judicial y le dejaron libre, mas tuvieron que echarlo porque él mismo no quería salir. Hoy en día se dedica a recoger latas y compartir lo que resta de sus fotos con la gente que desea corroborar que la historia es verídica... si algún día andas por allá, no dejes de pedirle que te cuente su vida. |