Espero que al acercarse a este texto lo hagan sin traer consigo los juicios y prejuicios que vienen con la visión del mundo que han escogido.

Cuando digo que estoy a favor de la fiesta brava me miran como si fuese un bicho raro, considerando que tal vez lo digo como chiste o como parte de una minoría sanguinaria que desea la continuación de un espectáculo de tortura de animales.

El problema es que a diferencia de casi todas las personas que conozco, considero que esos ultimos momentos de vida de un toro de lidia no forman parte de una tortura, sino de una lucha. Y luchar es algo que parece que hemos olvidado.

Cuanto más observo a la gente, más me convenzo de su parecido con las vacas. Moviéndose de un lado a otro, algunas veces a toda prisa, a veces con una parsimonia pasmosa, con la cabeza baja, pastando. Veo con tristeza que muchas personas desean que las vacas sean tan vacas como nosotros.

Veo en las muertes de los toros algo que desearía tener en mi muerte: La ilusión de morir peleando. Odio que le quiten a los toros la única oportunidad de tener una muerte digna.

Porque no se engañen, el que dejen de morir toros en la plaza no va a hacer que dejen de morir. Y si creen que es más digno y menos cruel morir de un golpe contundente en la cabeza que morir cansado de pelear, desángrandose, tal vez no se han arriesgado mucho a vivir.

Las vacas mueren, en masa, sin valor ni recuerdos, en mataderos donde tal vez no se preocupen mucho de sus sentimientos. El que la muerte deje de ser un espectáculo y deje de estar a su vista, no quiere decir que no suceda.

No quisiera morir sin sentir que me aferré a mi vida. Y creo que muchos toros están de acuerdo conmigo.