A veces pienso, y como ya sabes, a veces me cuesta conciliar el sueño. Es por que pienso. No suelo pararme a pensar lo que pienso ni me planteo temas para pensar, simplemente pienso, lo jodido es que a veces lo hago por las noches, pero no puedo evitarlo.
Hay una costumbre que aunque no perdida sí la tengo algo abandonada, que es la de hacer volar la imaginación. Cuando era pequeño me bastaba con una ligera abstracción y en seguida despegaba como piloto de un Spitfire y me batía en intensos duelos a muerte contra los ágiles Fw 190, o interceptaba a los peligrosos Ju 88 Stuka sobre los ardientes cielos del canal de la Mancha. Otras podía amanecer convertido en un famoso dibujante de cómics dedicado a dibujar sus ensoñaciones, y un día me dibujaba encarnado en obrero de una industria futurista al estilo Metrópolis luchando contra la opresión, y otro día me retrataba a modo de espadachín trotamundos en busca de fortuna. Era a fin de cuentas mi manera de defenderme del mundo, de un mundo incierto, del cansancio de las carreras por callejones oscuros, de mis propias fechorías, de las imposiciones de los adultos, era mi paraíso, allí podía descansar siempre de mi guerra perdida contra el mundo.
Las cosas han cambiado mucho, pero sigo en esa extraña guerra a la que no soy capaz de vislumbrar ningún final, ni tan solo mi enemigo es nítido, todo es borroso. Ya no me refugio en la cabina de artillero de un B-17 Fortress de la que me veo obligado a saltar en paracaídas al ser abatido durante una incursión nocturna sobre Berlín. Y aun así, de algún modo no he eliminado esta tendencia, tal vez mi desesperanza en las ensoñaciones irreales me ha obligado con los años a sublimar mi paraíso e intentar retratarlo de vez en cuando sobre papel. En efecto, escribo cuando me siento solo, cuando estoy triste, cuando estoy inquieto, cuando te hecho de menos… Es la melancolía moderada la que me hace escribir diría yo, y de algún modo esta labor ha sustituido en parte aquel paraíso perdido de mi infancia.
Creo que en el fondo lo hecho de menos, por eso a veces, sin quererlo pienso. Creo que pienso cuando siento nostalgia de mis aventuras fenoménicas. Mi ruta de evasión ha cambiado para adaptarse a mis nuevas decisiones de supuesta persona adulta. Pero sigue siendo demasiado difuso como para sustituir a aquel refugio en el que me resguardaba y me curaba de las heridas.
Me resulta paradójico pensar que la guerra se ha recrudecido y que ya no tengo aquel refugio, tan sólo esta trinchera desde la que a veces lanzo mi artillería de bajo calibre, tal vez por eso me he hecho más fuerte, o eso quiero creer, ya lo decía Nietzsche, “lo que no te mata te hace más fuerte, mucho más fuerte”.
El caso, es que desde hace ya un tiempo se ha sucedido de forma progresiva un ligero cambio en mi estrategia para defenderme del mundo. Y no se trata de un refuerzo de mis trincheras. Mi refugio se ha trasladado.
Y en ello pienso a menudo. En ti. A veces me recreo pensando en ti, a la manera de cómo lo hacía de pequeño, pero con la ventaja de que no eres una proyección fenoménica, bueno, en todo caso una proyección que se corresponde a un elemento de mi realidad. Y prefiero pensarte, a dormir. Pienso en que me hablas, pienso en que me sonríes, pienso en que me besas, pienso en que me miras, pienso en que te desnudo, pienso en que te acaricio, pienso en que te pienso… Y por un momento escapo del rugir de los cañones mundanos y del eco sordo de mis ladridos.
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