La Penúltima creación de Tarantino no deja de mostrar su evolución. El hombre de las mil historias de gangsters se cobra un poco el plagio que le hiciera matriz: en perros de reserva, sus matones visten traje negro, camisa blanca y corbata oscura; lentes estilo Ray-Ban. Casualmente, como el rival del superpoderoso Skywalker, caballero Jedi del mundo de la matriz, Neo.
Esta vez Tarantino tomará la clonación de un hombre que se vuelve miles (Anderson) y la transformará en los “ochenta y ocho” malos, tal vez con la idea de demostrarnos que basta con menos de cien, reales estos, para hacer peleas tan vibrantes y violentas como las cibernéticas; la pelea puede durar tanto como uno quiera, sin que sea necesario llegar a la multiplicación geométrica de un solo mono.
Pero no es todo, por supuesto. Tarantino se ubica en nuestro contexto contemporáneo: burlándose con todo sarcasmo de las series violentas y exageradas de muertes chorreantes y sangre a borbollones. Muchos dirán y alegarán contra la exageración de muertes y asesinatos, pero no es otra cosa sino recordarnos que es lo que vemos cada día de nuestras vidas: el comic “Manga” japonés, perfectamente recreado en esta parte inaugural de la serie Kill Bill que va para dos o tres episodios.
La partición en capítulos, tarantinesca también, junto con el manejo de los tiempos presentes, pasados y futuros recuerdan al Pulp Fiction. Pero no sólo eso: también permiten el acomodo en partes de toda la historia, como para no perder la trama.
Tarantino continúa con el sarcasmo: traje de Kung Fu de la heroína (traje Bruce-Lee-siano), pero moto estilo “Fast and Furious”... francesa “Femme fatale” (Nikita, ¿tal vez?) y pelea en fondo azul y negro... reminiscencia de película James Bondiana.
El director se sale de su estilo habitual, rompe de nuevo sus esquemas (si bien la idea de la heroína de la película ya venía desde Jackie, su anterior producción), entra a la modernidad de los efectos especiales y brincos de artes marciales. Esta vez con menos pistolas y más navajas y espadas. Quentin (si se me permite llamarle por su nombre) sale también de su país, sale de su Texas y California para aventurarse al Japón, jugar a las artes milenarias e inmiscuirse en las mafias y los sushies. Si bien los karatazos son más chinos (nos trae reminiscencias del tigre y el dragón), esta vez la escena es Tokio, con su banda de rock de chicas superpoderosas y su mundo globalizado de occidentales y orientales bailando al ritmo de la banda femenina.
Tarantino abre un capítulo totalmente nuevo; si “Amores Perros” le copió los capítulos y la violencia, es de esperarse ahora el pirataje de sus personajes samuráis y bellezas asesinas....
Y la música: ¡qué manejo tan excepcional! Esos cambios del clásico al rock, pasando por el timbre de celular de la francesa que toca una canción infantil. La mezcla de música de vaqueros con el alternativo a todo volumen, capaz de destemplar los difícilmente no destrozados nervios del espectador.
No hay duda: el director está en la fotografía (la pelea con la japonesa, en el jardín nevado, con la fuente de agua que se vacía al llenarse después de una cuenta de estresantes gotas), en la caracterización (el vaquero tejano con sombrero y fijación por los lentes oscuros “Clint Eastwood Style”) y los detalles (la enfermera tuerta, con la cruz roja en el parche).
Quien entiende los detalles la disfrutará sin duda, pero el conservador, el que va por recomendación de uno que le convenció de pasar un domingo en el cine, seguramente se quejará, del mismo modo que lo haría con cualquiera de las tres anteriores, del explícito y florido lenguaje y la violencia excesiva... bien por el inicio de una nueva serie.
Nov 29, 2003. Córdoba, Argentina.
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