El secuestro
Desde el secuestro de Claudia, la vida de los Salazar cambió por completo.
El viernes 27 de Junio del 2003, Claudia, la hija única de una acomodada familia limeña, tomó un taxi en la puerta de su casa. El destino era una conocida discoteca de Miraflores en donde se encontraría con un grupo de amigas de la universidad. Pero Claudia nunca llegó a la discoteca.
Los padres, Fernando y Lucía, al ver que su hija no regresaba a la casa iniciaron una angustiosa búsqueda, llamando a todos los teléfonos de la agenda personal de su hija, con la esperanza de poder ubicarla o al menos saber si alguien la había visto. Pero todo el esfuerzo y todas las llamadas fueron en vano. Todas sus amigas aseguraban que nunca llegó a la discoteca.
La policía y la prensa le dieron una gran importancia a este caso, tanto así que formó parte de varios titulares de reconocidos periódicos peruanos. Sin embargo, una semana después la noticia ya no vendía, por lo que los medios decidieron olvidarse por completo del secuestro de Claudia Salazar.
La situación en el hogar de los Salazar era crítica. Lucía, la madre, no paraba de llorar durante todo el día. Y Fernando había descuidado su pequeña empresa, delegando todas las responsabilidades a varios de sus trabajadores, para dedicarse de lleno a ubicar a su hija. No se iba a dar por vencido fácilmente.
El jueves 10 de Julio del 2003 a las nueve de la mañana, dos semanas después de la desaparición de Claudia, el teléfono de la casa de los Salazar empezó a sonar. Lucía contestó.
-Escuche con atención señora- dijo el hombre con cierto dejo extranjero.
-¿Quién habla?- preguntó Lucía bastante confundida.
-Cállese y sólo escuche si es que no quiere que lastime a su hija.
-¡Mi hija! ¿Está con vida?- preguntó nuevamente, esta vez con desesperación.
-¡Cállese le he dicho, maldita sea! ¡Cállese o le haré daño! Sólo escuche.
-Dígame entonces...- dijo Lucía sin ocultar su nerviosismo.
-Su hija está bien de salud, pero no lo estará si ustedes no cumplen con el rescate.
Hemos tenido que esperar dos semanas para que la prensa y la policía se olviden del caso. Creo que es buen momento para negociar.
-No le hagan daño por favor...
-¡Cállese señora! Usted sólo debe escucharme. Ahora ya sabe que su hija está con
vida. Voy a realizar otra llamada el día de mañana para definir el lugar donde nos encontraremos. Quiero quinientos mil dólares. A su esposo le hemos hecho un seguimiento por semanas así que sabemos que cuenta con el dinero. Nada de policías, nada de estupideces. Sólo usted y el dinero. Me entregará el dinero mañana viernes, y el sábado usted tendrá a su hija nuevamente en casa.
-Pero, ¿cómo sé yo que está viva? ¿Cómo confiar en usted?
-Tendrá que confiar en mí. No tiene otra opción Y sobre su hija, escúchela usted misma.
Pasaron unos segundos.
-¡Mamá! ¡Ayúdame!- gritó Claudia con gran desesperación.
-¡Claudita!- dijo emocionada Lucía reconociendo claramente la voz de su hija.
-¡Suficiente!- gritó el hombre-. Creo que lo que ha escuchado es suficiente.
Espere mi llamada.
La comunicación se cortó.
Lucía llamó inmediatamente al celular de su esposo y en pocas palabras, le explicó lo sucedido, prometiéndole que cuando llegara a casa se lo contaría con mayor detalle, ya que se encontraba muy nerviosa.
-Estaré ahí en quince minutos- dijo antes de finalizar la llamada.
Fernando llegó a la casa, pero para sorpresa de su esposa, llegó con un oficial de la
policía.
-Lucía, él es Mario Paredes, oficial de la policía, y amigo mío desde hace años.
Tiene experiencia en estos casos y...
-¡Fernando!-interrumpió Lucía con voz enérgica-.El secuestrador ha exigido que no
involucremos a la policía.
-Lo sé amor. Tranquila. Sólo quiero que escuche lo que tienes que decir. Él sólo nos
apoyará dándonos algunos consejos. Es por el bien de nuestra hija.
Lucía logró tranquilizarse con las palabras de su esposo, y logró contarles a ambos
detalladamente la llamada que había recibido minutos antes.
-¿Dice usted que notó un dejo extranjero en la voz del hombre?- preguntó Paredes.
-Sí.
-¿No puede ser usted más específica?
-Creo que era un dejo colombiano o venezolano, no recuerdo muy bien.
-Bueno, si vuelve a llamar podremos escucharlo. Se comenta que hay una banda de secuestradores colombianos en el país. Son sólo rumores, pero podría ser importante descartarlo.
-Pensándolo bien oficial, creo que sí era un dejo colombiano.
-No se preocupe. Lo comprobaremos cuando vuelva a llamar. Hoy pasaré la noche acá, si no le incomoda. Me quedaré esperando esa llamada.
-No hay ningún problema. Prepararé el cuarto de invitados. Y gracias por el apoyo.-dijo finalmente Lucía.
A las nueve de la mañana del día 11 de julio del 2003, el teléfono de la casa de los Salazar empezó a sonar nuevamente. Esta vez la llamada se convirtió en un monólogo. El secuestrador no le dio opción a Lucía de decir nada, y se limitó a mencionar la hora y lugar de encuentro mencionando que si algo salía mal, Claudia moriría.
-No podemos hacer nada Fernando-dijo Paredes-. Lucía tendrá que ir sola a entregar el dinero. Y tendremos que confiar en que mañana llegará Claudia sana y salva. He escuchado la llamada y podemos estar seguro de que el hombre es colombiano. Pero no podemos asegurar si pertenece a alguna banda, aunque sería lo más probable.
-¡No puede ser!-gritó Fernando-.!Me niego a confiar en ese delincuente! ¿Cómo sé si está diciendo la verdad? ¿Cómo sé que no le hará daño?
-Lo siento Fernando, no hay otra salida.
-Quinientos mil dólares es casi todo lo que tengo ahorrado- dijo Fernando antes de caer de rodillas al suelo derramando lágrimas.
-¡Fuerza mi amor!-le dijo Lucía mientras se arrodillaba para poder abrazarlo-.
Saldremos de esto así como hemos superado tantos otros problemas.
-Es tu decisión- le dijo Paredes.
A las once de la noche, Lucía llegaba en un taxi al lugar acordado con una maleta llena de dinero. Era un lugar bastante apartado a 40 minutos del centro de Lima. La dirección coincidía con un callejón oscuro y al parecer abandonado. Bajó del auto llevando la maleta.
-¿Está segura que va a entrar a ese lugar?- preguntó incrédulo el taxista.
-Sí. Y usted no diga nada, sólo espéreme ahí- dijo Lucía quién no disimulaba su nerviosismo.
Entró al callejón, y comenzó a caminar. Daba pasos lentos y sentía como el callejón se volvía cada vez más estrecho. Estaba muy oscuro, pero podía sentir una fuerte respiración que se acercaba cada vez más.
De pronto sintió como alguien la abrazaba por atrás tocándole los senos. Lucía no pudo ni gritar de la impresión. El secuestrador continuaba abrazándola y tocándola.
-Usted es mucho mejor que su hija- dijo el secuestrador mientras seguía acariciando el cuerpo de Lucía.
-¡Es usted un maldito enfermo!- dijo Lucía mientras se separaba de él mediante un empujón-.Tome el dinero, está completo. Quiero ver a mi hija.
-Como le dije señora, su hija estará mañana en su casa.
El secuestrador tomó el maletín, entró por una de las pequeñas puertas laterales del callejón y desapareció.
Al día siguiente Fernando, Lucía y el oficial Paredes se encontraban en el balcón de la casa esperando la llegada de Claudia. Pasaron todo el día esperando, mirando la calle desde el balcón, pero Claudia nunca apareció.
Dos días después Lucía le confesó a Fernando que había perdido toda esperanza de volver a ver a su hija.
-Fernando, ¿crees que podamos recuperar a nuestra hija?
-Mientras no estemos seguros de que esté muerta, siempre mantendremos la esperanza de recuperarla.
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El 22 de Noviembre del 2003 Ramiro Vallejo se encontraba echado en su cama esperando que empezara el partido de fútbol que iban a transmitir en directo. Jugaban el América de Cali contra el Nacional. Un clásico. A pesar de vivir y haber nacido en Bogotá, Ramiro simpatizaba con el América. Había comprado unas cervezas y sólo esperaba la llegada de su esposa quien estaba en la universidad estudiando. Ella le había prometido que llegaría a tiempo para ver el partido juntos. Ese partido iba a paralizar a todo Colombia, y la familia Vallejo no podía ser la excepción.
Pero segundos antes de que empezara el partido, sonó el teléfono.
-¡Sí, diga!-contestó Ramiro
-Hola Ramiro, ¿cómo estás?- preguntó una voz con dejo colombiano.
-¿Quién habla?
-Mi nombre no es importante. Lo importante es que tengo a tu esposa a mi lado. No creo que se sienta muy cómoda.
-¡Qué clase de broma es esta!-gritó furioso Ramiro.
-¡Cállate! ¡Cállate y no digas nada si no quieres que lastime a tu esposa! Te hemos hecho un seguimiento por un buen tiempo. Sabemos que cuentas con dinero. Te sugiero que hagas caso a lo que te digo.
-¿Qué es lo que quieren?
-Es simple, quiero que pagues el rescate de tu esposa. Dime tú, ¿cuánto vale la vida de tu esposa?
-¿Cómo sé que tú la tienes? ¿Cómo sé que está viva?
-Escúchala tú mismo.
Pasaron unos segundos.
-¡Ramiro!-se escuchó en el teléfono.
Ramiro reconoció al instante la voz de su esposa.
-¿Qué es lo que quieres?- preguntó Ramiro con voz de desesperación.
-Quiero que me digas cuánto estás dispuesto a pagar por tu esposa. ¿Cuánto vale la vida de tu esposa? Recuerda que llevamos tiempo investigándote. Haz una buena oferta.
-¡Maldita sea! Puedo darte doscientos mil dólares, pero por favor, no la lastimes.
-¿Doscientos mil? Con todo el dinero que tienes ¿eso es lo único que puedes ofrecer?- preguntó el secuestrador.
-¿Trescientos? ¿Cuatrocientos? ¿Cuánto es lo que quieres?- preguntó Ramiro.
-Vamos Ramiro, no me insultes. Yo te he investigado. Te he seguido. No me digas que no me puedes dar unos centavos más.
-¡Maldita seas!- gritó Ramiro-. ¡Te daré mi última oferta! ¡Quinientos mil dólares! En efectivo. ¿Qué dices?
-¡Que coincidencia!-dijo el secuestrador-. La última vez que negocié el monto de un
rescate también fue de quinientos mil dólares. ¡Qué interesante! Me gusta. Así lo haremos.
El secuestrador se limitó a mencionarle a Ramiro el lugar, la hora y la forma cómo se haría el intercambio. Ramiro tendría que llevar el dinero en una maleta, y al día siguiente le devolverían a su esposa. Ramiro desconfió, pero no tenía otra opción. Debía confiar en el secuestrador.
Al día siguiente, Ramiro llegó con la maleta llena de dinero al lugar acordado. Un callejón oscuro donde parecía que nadie habitaba. Ingresó lentamente, y después de dar sus primeros pasos dentro del callejón, cayó al suelo después de recibir un fuerte golpe en la cabeza. Ya en el suelo, recibiría varios golpes más, todos en la cabeza, y uno de ellos mortal.
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Lucía Salazar se encontraba con los ojos llenos de lágrimas, en el aeropuerto Jorge Chavez de Lima, esperando la llegada de su esposo Fernando, a quien no veía desde hacía casi cinco meses.
Después de una impaciente espera, al fin lo vio. No pudo controlar su emoción y
corrió hacia él para abrazarlo. Se mantuvo así, abrazándolo, por casi diez minutos. Después se separó de él diciéndole:
-¿Recuperaste nuestros quinientos mil dólares?
-Sí, logré recuperarlos- dijo Fernando con dejo colombiano.
-Y, ¿llegaste a ver a Claudia?
-Sí, a ella y a su esposo, y ahora sí podemos estar seguros de que no la recuperaremos nunca.
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