Llevada por un impulso, introdujo más de la mitad de su cuerpo en el de ella. Dentro ya y con intención de agitarla más, giró sobre sí dos vueltas y, en la tercera, hizo presión hasta medio giro, lo suficiente para que cediese por completo su pareja.
Todavía tibia, cuando se sintió envuelta en telas, muy cerca de una fuente de calor animal.
Desde su cueva cálida y oscura percibía todos los movimientos de quien era su poseedor, hasta que, bien entrada la noche, una total quietud la invadió al mismo tiempo que la fuente calorífica perdía intensidad rápidamente.
Desde su hibernación forzada, escuchó sin ver y por su mente pasaron miles de imágenes eróticas provocadas por los suspiros, jadeos y susurros que sucedían en su proximidad.
Saber que no podría entrar en nadie hasta la mañana siguiente la excitaba aún más, pero se veía sometida a esa clausura por su incapacidad de moverse por sí sola.
Su razón de vivir circulaba alrededor de buenas penetraciones, si bien le era imposible cambiar de pareja, ya que estaba hecha a la medida de la suya.
Pero no le importaba, desde que nacieron estaban predestinadas la una para la otra.
Llegó la mañana, se lo dijo el despertador con un quiquiriquí plastificado.
Volvió a sentir la tibieza del cuerpo de su dueño en el bolsillo donde se encontraba y se preparó mentalmente para la esperada unión con su pareja.
Escuchó tras de sí el portazo que anunciaba su cópula y de inmediato fue sujetada con fuerza por la mano de su dueño, quien, de un movimiento certero, la hizo entrar en el orificio de la cerradura.
Dos vueltas sobre sí misma en el interior y sintió el arrebato final que la elevó al cielo de las llaves.
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