Esta es la historia de un mago de circo que en una noche de magia decidió atrapar a la luna en uno de sus trucos de turno.

Todos los ojos se posaron en sus manos y miraron incrédulos como con un par de movimientos en el aire el mago bajó del cielo a la luna y la guardó en una pañoleta verde.

Pedro, no dejaba de sorprenderse al ver como algo que él había intentado de muchas maneras, este hombre de capa y sombrero de copa lo lograba en un acto circense.

Se decidió antes de que el mago volviera a agitar sus manos y extrajera de la pañoleta a la luna para devolverla a su sitio, corrió con prisa, robó la pañoleta de las manos del mago y salió veloz huyendo lejos de la carpa del circo.

Por fin iba a cumplir la promesa que tantas veces le hiciera a su novia. Llegó al frente de la casa de María y en vez de tocar, se atrevió a saltar el muro del patio y entrar para sorprenderla. El sorprendido fue él. Estaban María y un hombre entregados al amor que copulan los cuerpos cuando se enredan con el deseo, la piel y los besos.

Cuentan que Pedro tomó la pañoleta y empezó a caminar por las calles del pueblo. Iba, como quien deshoja margaritas, dejando pedazos de luna regados en los árboles, en el cristal de las ventanas, en todo objeto que pudiera brillar con su luz. Todo esto lo hizo hasta llegar a la laguna. Allí dejó lo que quedaba de ella.

Cuentan que en las noches se ve al mago corriendo detrás de cada brillo que encuentra, de cada brillo que ve, buscando no la luna, tampoco a Pedro, busca su pañoleta verde, porque solo con ella le funcionaban sus trucos.