No me gustaba la lluvia.

Me sentía desolada ante la humedad cayendo como lágrimas.
Lágrimas eternas, llanto desolado.

No.
No me gustaba la lluvia.
La soledad se sentía intensa en esa luminosidad gris que todo lo empapa.

No me gustaba mojar mis zapatos de cuero,
podría estropearlos.
Mis pantalones mojados,
mi pelo empapado,
mi maquillaje disuelto,
y el frío calando más y más hondo en mí.

No me gustaba la lluvia.

Ahora me gusta.

Me gusta pasear contigo por la orilla del mar,
mar bravo
alzando sus brazos para alcanzarnos
rabioso y sublime.

Me enseñaste a cantar a la lluvia,
a decir te amo abrazados,
protegida de tu abrazo.

Ya el frío no me carcome como antes,
tu abrazo lo detiene.

Ahora el pelo mojado
enmarca mi rostro descubierto,
la cara lavada por Dios
resulta ser el mejor maquillaje.

Me enseñaste a sentarme en la terraza
con un express
a presenciar el torrente de energía que el mar trae consigo.
Me llamaste tu mar.

Hoy te llamo mi lluvia.