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LAS MIL Y DOS NOCHES
Desde su sueño de domingo, oyó que llamaban a la puerta, "L..." no esperaba a nadie - ¿Quién será que viene a visitarme ....?, miró por la mirilla y el visitante había desaparecido, caminó descalza sobre la alfombra con la mente en blanco hasta que le asaltó una intriga - ¿Han pasado ocho o diez años desde que leí "Las mil y una noches”?. Su inquietud centrada sobre aquella pregunta, fue al estante de los libros buscándolo trataba de hallar indicio de la fecha, lo buscó intensamente sin éxito. Recordó que al mudarse de casa había dejado una caja llena de libros sin acomodar. Revolvió y dentro de ella estaba, y pudo leer: "Imprime Litografía "R..." ("B...")". Comenzó a hojearlo, cuando de pronto cayó al piso una fotografía que le dio la certeza de haberlo tenido en sus manos por primera vez diez años atrás.

Cerró el libro tomó el retrato en sus manos y con paso lento fue hasta la cocina. El silbido de la pava le ordenó preparar té. Volvió a la imagen y a sus veintitrés años... La habían tomado ellos mismos una mañana de domingo, ese primer domingo en que despertaron juntos. Su piel no era la misma y los brazos que la protegían en la foto no estaban para cubrirla de caricias. Fue aquella noche la única de verdadera entrega entre ambos. Con la mirada inmóvil iba sorbiendo de a poco los recuerdos de la imagen y su té. Repasó minuciosamente en la memoria y recordó que no quedaban otros rastros de aquel amor, más que caricias en su piel. Tiró la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la pared cerró los ojos y regresó hasta el día del retrato.

La noche anterior habían asistido juntos a la función beneficio de los inundados del río "E...", salieron de la sala apurando el paso para no encontrar a ningún conocido. Lejos del lugar y a salvo de otros asistentes, decidieron entrar en un bar, rieron con ganas y pasaron un largo rato hasta salir a la calle. Caminaban distendidos tomados de la cintura cuando se desató un repentino aguacero. Una rápida corrida los llevó al departamento donde "L..." vivía. Ella lo invitó a pasar. Se quitaron la ropa mojada y quedaron cubiertos tímidamente. Había música suave y vino blanco del "R...". Nada interfirió el ritual de amor que los unió. Las sábanas crujían levemente con el roce de la piel; el ir y venir de la danza vital los revitalizaba, se iluminaban los rostros y se humedecían los cuerpos, todo el calor y la pasión puestos en el amor para estallar en un torrente de vibraciones donde el infinito se hizo presente en las pupilas de ambos que entrecerrando los ojos se besaron sellando la escena de este juego de amantes. En ese instante perdieron la cabeza y sólo fueron cuerpo y alma los que hablaron. Al abrigo de la desnudez durmieron profundamente.

Al despertar "L..." estaba boca abajo, ocupaba con su cabeza el hueco del hombro izquierdo de "C..." su brazo cruzaba el pecho del hombre a modo de un escudo de ternura. Cuando él advirtió las caricias matinales, la besó largamente en el cuello. Una ducha compartida les dio a sus cuerpos ígnea brillantez. Tan bellos se vieron que decidieron tomar una foto, esa que estaba hoy en manos de "L...".
Colocaron la Polaroid sobre una pila de libros, mientras "L..." cubría sus pechos cruzando los brazos "C..." encuadraba la imagen de modo de captar los rostros desnudos.
- ¡Todo está OK! - y "C..." activó el auto disparador. Presuroso corrió tras "L..." para envolverla ahora con sus propios brazos, en su corta carrera tocó la pila de libros y la cámara fue cayendo lentamente hacia adelante y el disparo se produjo durante la caída. Al aparecer la imagen, el desajuste, mostraba dos bellos amantes que una vez más habían perdido la cabeza al retratarse. "L..." guardó la foto al amparo de las hojas del libro.

Un tiempo después "L..." y "C..." dejaron de verse. Ella terminó por mudar de ciudad y no supo nada de él, hoy "Las mil y una noches" le habían traído el recuerdo de aquella noche espléndida y por su gracia rejuveneció "L..." miles de noches, fue ganando vida por la intensidad del buen momento.
Después la tarde de domingo la sorprendió releyendo el viejo libro y reviviendo en su piel sus mil y esa noche.
Entrada la tarde devolvió la foto a su lugar, esta vez puso el volumen en el estante y regresó de su viaje en el tiempo, nuevamente oyó que llamaban a la puerta, "L..." no esperaba a nadie - ¿Quién será que viene a visitarme?

Miró por la mirilla. "C..." le sonreía al otro lado de la puerta, ¡después de tanto tiempo...! Su sonrisa era como un relámpago de ternura en la oscuridad.
Su corazón aceleró –¡desbocado caballo entre sus pechos!-. Se apoyó en la puerta para recuperar el aliento y calmar su creciente nerviosismo. Era él, pero...¿Cómo? Ella vivía en otra ciudad tan distante de aquella que fue testigo del encuentro. Pero allí estaba, al otro lado de la puerta, tan cerca de volver a cruzar el umbral hacia su regazo.

El timbre volvió a sonar con ligera impaciencia y ella no reaccionaba, apoyada contra la puerta como si no tuviera piernas y formara parte de la oscura madera. Algo en su corazón la sujetaba con fuerza a la irrealidad que estaba viviendo. Pero despertó. Y con la certeza de que lo que iba a suceder, había estado soñando desde la ausencia, siglos atrás, abrió la puerta.

"C..." ya no estaba. Había desaparecido. Con dolor sintió que se despedazaba su cuerpo, y arrancó a correr con toda su alma. Un espejismo de él cruzó el umbral de la puerta de la calle. Ella lo siguió y gritó su nombre ¡"C..."!. Él se giró y todas las palabras del mundo sobraron. Ya no tenían nada que decirse: todo se lo decían con los ojos.
Un rubor de amapolas heridas surcó las mejillas de ambos. De repente se vieron en su verdad, desnudos y bellos. Casi inocentes. Pero había que hablar, llenar el espacio de palabras, de ruido, de imágenes corrientes, porque ambos estaban zozobrando en mitad de la calle. Se sentían demasiado transportados a otras dimensiones, demasiado transparentes. La calle no era lugar para su reencuentro. Entonces "L..." sugirió pasar adentro y él la siguió en silencio.

Para quitarse el miedo bebieron, charlaron animadamente de cosas intrascendentes, de algunos porqués y de algunas anécdotas. Diez años eran diez años... Un abismo de experiencias lejos el uno de la otra y viceversa. Ambos sumidos en esa charla banal se fueron desnudando de vergüenzas y temores. Pero el momento clave, el punto de inflexión que los empujó por la pendiente de los más apasionados recuerdos estaba aún por llegar.
Sucedió de repente, cuando él levantó la vista y reparó en el viejo volumen de tapas gastadas que antes ella había estado releyendo, y palpando con la ensoñación del cálido recuerdo de ambos. El abrazo perfecto. "L..." se ruborizó intensamente y se sintió frágil y transparente como una gota de cristal. "C..." sonrió con dulzura y tomó el libro entre sus expertas manos.
-Las mil y una noches - pronunció al fin después de un lapsus de silencio inaudito y tremendo. "L..." no podía articular palabra, ni siquiera una de esas graciosas frases que la sacaban de más de un apuro cuando no sabía qué decir, como en ese precioso momento.

Entonces "C..." se sentó cerca de ella y empezó a leer. Su voz era como el viento entre el centeno maduro. Suave y áspera pero dulce e intensa a la vez. El tiempo se fue discretamente por la puerta de atrás, sin hacer ruido, dejando a ambos sumidos en un momento único. No existían los porqués, ni las promesas vacías, ni los adioses en andenes desoladores. No había dolor, ni tristeza, ni tiempo transcurrido. Ellos eran unos jóvenes hermosos que acababan de conocerse y se estaban amando ya, a través de las palabras.

La madrugada les sorprendió en tan curioso cuadro. Ni siquiera se habían tocado en todo ese tiempo, a parte de los besos en las mejillas que todo el mundo pudo ver en mitad de la calle. Besos de compromiso y roce casual. Pero era en ese acogedor saloncito donde ellos se estaban amando sin tocarse con las manos, las palabras los unían. Porqué él leyó uno a uno los cuentos que compendiaban tan maravilloso relato y el fuego fue creciendo lento y perfecto dentro de ambos como un ascua inmortal. Ya no se apagaría nunca más...

Ella se acercó y posó sus manos sobre las de él. El silencio se abrió paso como una flor de lluvia. Se miraron y comprendieron que habían nacido para aquel momento.

El libro quedó olvidado en el suelo como el testigo mudo de un hecho prodigioso. Y las manos recorrieron el camino amado, el soñado camino del cuerpo del otro. Llegó el abrazo que fue sublime y humano. La mezcla perfecta entre los sueños y la carne. Y luego todo lo demás, que no fue un simple rememorar viejos tiempos. Fue algo grande. Fue algo nuevo.

El sol apenas se atrevió a turbar tan delicada mezcla de brazos y piernas y sueños y sudores. Fue discreto en su intromisión y apenas si calentó las mejillas de "L...", que estaba ya despierta mirando con ojos inmensos la silueta perfecta de su amado.
Lo miró tanto que creyó derramarse por los ojos. Estaba llorando. Porque sabía que aquel abrazo sería otro recuerdo bello. "C..." debía partir. Su otra vida le exigía el corazón.
"L..." secó sus lágrimas y sonrió. No, su otra vida no podía exigirle su corazón porque ya no le pertenecía. Se había quedado prendido de una fotografía y había revivido con el abrazo del reencuentro. Sí, su corazón, el de ambos, estaría unido pese a la maldita realidad que se empeñaba en destrozar toda posibilidad.

Cuando "C..." se fue no dejó promesas vacías, ni porqués inauditos y traidores. Y "L..." no lloró. Se sentía dichosa y plena porque había amado con el alma y nada tenía de qué arrepentirse.
Entró en su casa y cerró la puerta. Tenía que ordenar todo aquel pequeño y encantador caos, y ducharse, y tomar café y terminar unos informes, y leer el periódico...Y llenar toda su vida de una rutina perfecta y maravillosa con la que poder sobrevivir. Porque "L..." sabía que no sólo de recuerdos vive la mujer. También de determinación, de trabajo, de... La fotografía del abrazo la sorprendió en sus reflexiones. "C..." antes de marcharse la había colgado de la pared, con una nota: "Tú has sido el abrazo de mi vida, y pienso volver". "L..." sabía que era cierto, porque esa misma imagen con esa misma nota había dejado clavada en la piel de "C..." diez años atrás.

Texto agregado el 08-12-2002, y leído por 2190 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
01-09-2003 mis sinceras estrellitas para ambos dos...es un muy buen relato y llega....llega lejos besitos gaviotapatagonica
10-08-2003 El silencio se marchó discretamente por la puerta de atrás...frases como esa hacen a un escritor. Precioso. Sólo una cosita. Procura separar los párrafos dos espacios y verás qué efecto visual queda ( que también cuenta ). Ah, y gracias por tu comentario margarita-zamudio
06-06-2003 Que bonita historia...!Se ve que forman una buena pareja...literaria Nusk
31-01-2003 Bueno, si es verdad que juntaron fuerzas la verdad es que no dejo de asombrarme. Si esto lo hicieron juntos no dejo de asombrarme. Bravo por ustedes dos! SALUDOS PARA LOS DOS. cardenas
23-12-2002 Realmente me impresionó, me gustó mucho, realmente. Una historia sentida, vívida, podrías ponerlo en los talleres tiene mucho por donde ser investigada (según yo, que no soy un experto en nada). A modo de crítica sólo puedo decir que me distraje con la forma de escribir las iniciales de los nombres, quizá sin comillas ni puntos suspensivos, pero como digo no sé mucho... saludos Giovanni
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