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Cuadrado Perfecto Jorge Cortés Herce
“Dos puntas tiene el camino, y en las dos alguien me aguarda”, decía la cueca chilena. Lo que de curioso se convirtió en misterioso, fue que mi camino se había vuelto una suerte de cuadrángulo.
La historia de mis infidelidades comenzó casi sin que yo lo notara, a los dos meses de haberme casado y con la intención de nunca faltarle a mi adorada esposa, tuve que viajar a Cosamaloapan para el deslinde de unos terrenos.
La actitud de la abogada no me sugería en lo más mínimo que fuéramos a acabar esa misma noche dando rienda suelta a nuestros instintos, y como dije antes, francamente fui yo el seducido. No es ninguna excusa, pero de verdad nunca lo hice consciente, sino hasta que desperté junto a ella. Fue una especie de embrujo, yo no había bebido nada, y definitivamente no soy ningún Tom Cruise.
Vino después una serie de sentimientos encontrados, en donde los de culpabilidad, terminaron siendo sepultados por los de curiosidad. Así que la segunda vez lo hice con toda la mala leche del mundo...o mas bien lo intenté hacer de esa manera. Envalentonado por mi experiencia con la linda abogada veracruzana, me acerqué por detrás a besar el cuello de la sobrecargo que me había estado sonriendo insistentemente durante un vuelo a Monterrey. No quisiera entrar en detalles sobre las consecuencias de mi atrevimiento, el caso es que después de ella vinieron algunos otros fracasos del improvisado don Juan, que me hicieron pensar que lo de la abogada había sido un capricho, o que ella sí había estado bajo la influencia de alguna droga. La siguiente vez que tuve que ir a Cosamaloapan, llegué muy cortado, chiquititito, pero para mi sorpresa, la abogada me recibió como si fuera yo el príncipe de Asturias. Como podrán comprender, mi confusión creció, pero acabé por imaginar que si a mi mujer le gusto, también podría ser el molde perfecto para otra.
Ese era mi pensar, y mi camino tenía entonces dos puntas, como la canción chilena. Viajé a muchas otras partes sin tener ninguna experiencia siquiera similar. Sin embargo en otro viaje que hice, esta vez a Puerto Escondido, Oaxaca, una tarde en que me fui a quejar a la gerencia del hotel , la subgerente se levantó de su silla y en actitud de loba de película, comenzó a besar a un desternillado tipo que no sabía lo que ocurría. La queja por la que acudí a su oficina, por supuesto que quedó borrada por una sensación similar a la de Cosamaloapan. No creo necesario decir que tuve que inventarme varios viajes “ de negocios” a Puerto Escondido. Mis idas al norte y al sur de la República, se convirtieron en una obsesión por tener encuentros como los que conté, pero nunca hubo un asomo de nada parecido. Aunque cada vez que volvía a Puerto Escondido, o a Cosamaloapan, mi vida era la de un Sultán.
Lo que por fin dio forma a mi tesis, fue en ocasión de otro viaje, esta vez a Acapulco. No le daré vueltas por que seguramente lo imaginan. Esa vez, se trató de una edecán de la expo a la que asistía. La chica más guapa que he visto en mi vida se había convertido de la noche a la mañana en mi tercera amante.
¿Qué es lo que pasaba? ¿Porqué a pesar de tener mis mejores actitudes nunca tuve la misma suerte en otros sitios? La respuesta se asomó un día que tenía tendido sobre el escritorio un mapa de carreteras, alguien descuidadamente puso encima un disquete de computadora. No sé cómo, pero lo noté; me quedé pasmado. No podía ser coincidencia; los cuatro vértices correspondían exactamente a mis ciudades-infieles, cada uno de ellos tocaba exactamente: al D.F., Cosamaloapan, Puerto Escondido y Acapulco. El sudor recorrió mi espalda cuando noté el diabólico cuadrángulo y al momento como una revelación, recordé a mi abuelo materno, natural de Catemaco, sentenciando antes de morir: “ serás campeón del cuadrilátero”.
Supe que no hablaba de boxeo, y terminé investigando por prueba y error; los resultados siempre fueron iguales, fuera de aquel cuadrado era yo anodino para el sexo opuesto, pero dentro de él, mis bonos subían profusamente, aunque con una característica: mi harem no crecía. En cuanto me hacía – con facilidad- de una nueva amante, automáticamente perdía a la anterior de aquella localidad.
Un día cavilaba sobre el mapa en mi despacho . Compases y escuadras marcaban con afiebrada compulsión, ángulos y trazos. En esas estaba cuando entró mi esposa para pedirme el divorcio. Así es, esa mañana me había enrollado con mi secretaria.

Texto agregado el 29-04-2005, y leído por 400 visitantes. (0 votos)


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