Como todos los viernes lo hacía, sentose frente al computador junto a una taza de café y comenzó a escribir.
Trabajaba para el diario de la zona. Un diario que no tenía demasiado público, pero que con esfuerzo había logrado subsistir a lo largo de los años.
Desde pequeño disfrutaba escuchando a los grandes compositores ( Beethoven, Mozart, Bach y Schubert entre otros) y por ello es que su sección estaba dirigida a los amantes de aquella música. Esta vez escribiría sobre Beethoven, y no ocultaba la excitación que le producía tal idea. Era el autor que más le apasionaba, por su originalidad y sentimiento. Además tenía suficiente material de él como para retratar su vida entera.
Se puso cómodo, tomó un poco de café para contrarrestar el sueño y se dispuso a escribir. Su duro rostro no mostraba emoción alguna. Aquel semblante lleno de pliegues y surcos hacía denotar su vivida vejez; más cuando comenzó a teclear algo cambió en él. Una frágil sonrisa hizo que aquella pétrea máscara tomara ahora un aspecto agradable, casi jovial. El placer que le provocaba escribir era inmenso. Sus gastadas manos digitaban con fuerza; pero con cierta elegancia; elegancia con la que sólo los escritores son capaces de escribir.
Su artículo tenía que ser de sólo media página, él ya llevaba veinte. Enormes gotas de sudor corrían a duras penas sobre la entrecortada piel, y sus ojos, rojos por la falta de humedad, fijos mantenían su mirada a pesar del dolor.
Continuó así hasta altas horas de la noche, no tenía intención alguna de detenerse; pero algo lo detuvo. Un sonido, una tenue melodía llegó hasta sus oídos, una melodía que se acercaba cada vez más y que penetraba en los lugares más recónditos de su alma. El la reconoció de inmediato: era de Beethoven. Cuando pequeño solía escucharla, pues los momentos más tristes de aquella época estuvieron acompañados por esa canción.
Comenzó a llorar, sin embargo su rígido talante seguía impávido ante tal emoción. Miles de recuerdos cobraban vida dentro de él y sus lágrimas caían sin detenerse. Sus manos comenzaron a temblar, a moverse por si solas. El computador que antes estaba enfrente de él ya no lo estaba; un añoso y sucio piano ahora ocupaba su lugar, orgulloso, altanero, lleno de fuerza. Tenía vida; él ahora con las manos que nunca habían hecho otra cosa que escribir, lo hacía vivir. De pronto su pecho se contrajo y su cabeza cayó suavemente hacia un costado. Producto del éxtasis de tan escabrosa imagen se hundió en la penumbra más absoluta de su inconciencia.
Al reaccionar, en su mente sólo se alojaba el pensamiento de que todo había sido un sueño, un extraño sueño del que se alegraba de despertar; más cuando sus abrió sus ojos advirtió que el piano aún seguía ahí, y que sus manos continuaban bailando sobre el.
A pesar del cansancio logró percatarse de algo más. A un costado y en una silla un hombre vestido de traje contemplaba absorto algo que desde arriba lo iluminaba, con una luz pálida, sombría, enfermiza. Su cuerpo se estremeció al ver que en esa dirección se asía notar la silueta brillante del astro que siempre lo hacía pensar. Se notaba triste y melancólica. La luna hablaba en una especie de susurro con aquel señor.
Él, que aún estaba en el piano, no concebía nada de lo que conversaban; pero sí sentía de lo que se trataba. Hablaban de él, de su destino, de su vida...de su fin.
Estuvieron así por algún tiempo, luego el señor de la silla haciendo un ademán, se levantó, dio media vuelta y caminó. No tenía rostro y su paso era lento. Caminaba seguro hasta donde él se encontraba. Tocando, tocando como nunca antes lo había hecho y como nunca más lo volvería a hacer.
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