CON LUNA Y CERVEZA.
Es de noche en las salitreras; es de noche en la pampa y aquí los cielos son limpios como los espejos de las almas y las estrellas se encuentran cerquita y se quedan bajito. La luna rueda despacio como el caminar del pampino y su luz la derrama generosamente por las calicheras abandonadas, dándoles aspectos fantasmales a las sombras de los montículos de caliche estéril. En el campamento las luces de las ventanas parecen ojos abiertos. Los gatos ( nunca en mi vagabundear de faenero había visto ciudad, pueblo o villorio con tanto gato) hacen brillar sus ojos como luciérnagas, cuando asustados los abren en la oscuridad. De pronto un perro huele un tarro de basura y tres gatos saltan del interior, arrancando hacia los techos de zing enmohecidos.
Juan es “perforo” en la mina y su trabajo es hacer hoyos con una máquina neumática para instalar los explosivos destinados a remover toneladas de caliche; sentado en uno de los tantos bares o borracherías, se bebe otra cerveza, levanta con su diestra la botella vacía como quien levanta un trofeo y la deja caer de golpe sobre las tablas del mostrador, como con rabia y decisión de hombre, de esos hombres bravos que han rendido su prueba de hombría en la pampa . De súbito baja la cabeza y un sello de tristeza se enmarca en su rostro, dejando caer sus brazos hacia el suelo, lacios, vencidos por el licor que le aturde, no es capaz de vencer sus sueños, que le llenan de nostalgia. – Algo le falta al Juancho- dice alguien, cuando le ven melancólico caminar cabizbajo, mirando las costras de las calles endurecidas de sal . – Le falta el griterío de los chiquillos y el trajinar de su mujer, que le esperaba cada día con un bocado caliente al regresar de sus tareas diarias en la mina. – Ellos ya no están en la pampa . Los niños crecieron y para seguir dándoles estudios, La Maruca tuvo que irse a vivir al puerto y allí le espera, para los descansos, para los feriados, para cuando jubile en unos años más; entonces, podrán disfrutar juntos del resto de las hojas del calendario de sus vidas. Todavía Juan tiene vivo esos dueños y anhela juntarse nuevamente con su Maruca y volver juntos a pasear por esos campos de cercos vivos y mudos que fueron testigos de sus romances juveniles; a sombrear bajo los frutales sensibles y generosos del valle elquino, de donde la sacó para traérsela al norte. A este norte que con su sol abrasador y quemante le fue resecando las ilusiones, haciéndole chiquita las esperanzas hasta dejarlas como los granos de arena del desierto que el viento se encargó de esparcirlas por los espejismos. Pero este sol, que a veces parece quemar con rabia en medio de la pampa no ha sido capaz de matarle con su calor, esos sueños que mantiene escondidos en un rincón de su ansiedad a la sombra de su existencia . Para él la Maruca, sus chiquillos y ese valle de encanto junto al río Cochiguaz, son los sueños que le dan la razón de seguir viviendo y le surten de garbosidad el espíritu para internarse cada día en la pampa desértica y vencer nuevamente las desventuras sin aburrirse . No sabe cuándo se vino al norte. No recuerda bien el año, pero fue en un enganche que hizo el “ chueco” Pasten, en La Serena ; -nos pilló a la salida del regimiento, de jarana , celebrando la licenciatura de unos pelados amigos en una casa de calle Brasil, donde la cabrona era una Ex... venida de Santiago. Quería a la Maruca, quería casarse con ella para vivir y sufrir juntos las alegrías y desventuras de la vida, pero para eso tenía que juntar unos pesos, por eso le gustó la idea del trabajo cuando “el Chueco” los invitó a venirse al norte a trabajar en las salitreras.- Allí van a ganar plata, les dijo- La palabra plata cosquilleaba como hormigas en los oídos de Juan. –Y podrán comprar a la hembra que quieran en el cabaret más caro, si quieren darse un buen gusto-. – La Maruca no es de ningún cabaré,- pensó él. Pero si de ganar plata se trata, ¡me voy! – ¡ Yo agancho ¡, - afirmó en voz alta. La imagen de la Maruca fulguraba en su memoria, y comprendía que aquella decisión significaba hinchar sus poros de soledad , más, tendría que valer la pena, se vendría a la pampa manteniendo vivo el anhelo de regresar.
Un día regresó con las ilusiones achicharradas por el sol, con poco dinero, pero lo suficiente para casarse en La Serena y traerse a la Maruca a la pampa, para seguir aquí juntos acumulando ambiciones y empaquetando sueños, mientras llegaron los chiquillos.
La cerveza le refresca el cuerpo, le aturde un poco los sentidos y le trae paquetes de nostalgia que expresa en evocaciones . – La Maruca, no diré que era linda. Era en aquel tiempo como cualquier chiquilla del valle, tostada por el sol que cada día besa los parronales del Elqui, llenando de dulzura sus frutos, pero ágil y trabajadora como ninguna otra. Sus piernas rellenitas como un ovillo de lana y sus pechos duros como dos frutos frescos. Pa`mí era extraordinaria y le encontraba un atractivo poderoso que lo sentía en mí como un choque. La verdad es que me agarró, y le encontré algo así como un embrujo. – Juan hizo una pausa para encender un cigarro, bebió un trago de cerveza y se preparó a continuar. La nostalgia se había apoderado de su rostro. – Varios meses anduve haciéndomele el lindo a la Maruca y por todas partes andaba como soñando, con la boca habierta pensando en como arrimármela, Sin pensarlo, el trabajo de la vendimia nos juntó. Ella cortaba los racimos como recogiendo estrellas, yo canasteaba recorriendo las hileras como cargando plumas en canastos de ilusiones. Nuestras miradas se juntaron aquel día en que nos dieron un premio por la mejor producción de uva pisquera en las plantaciones del fundo “Las Placetas” y desde ahí, naiden nos separó. Después de las vendimias, salimos juntos a rastrojear los rebusques de cencerrones . Un día... ( los labios de Juan se enchuecan esbozando una sonrisa de un recuerdo grato) y se calla, cerrando los ojos como dormitando. Un día...,lo recorre por su mente como si un niño saboreara algo delicioso, que no desea compartirlo con nadie( y nadie más deberá saberlo nunca, porque es el recuerdo más delicioso que solamente le pertenece a su memoria para disfrutar de el cuantos sueños quiera ). lo recuerda borracho como cuba y lo recuerda sano, recorriendo solos( él y la Maruca) los rebusques, recogiendo aquellos pequeños gajos de uva que se quedaron en las parras por ser muy pequeños, fue la primera vez que vio esas piernas redondas y rellenas de la Maruca, que tirada de espaldas sobre un colchón de chépicas verdes, ansiosa se le ofrecía. Pero él, que tanto tiempo había andado con la boca abierta detrás de ella , deseándola con todas sus fuerzas de macho, ahora le pareció que las parras estaban vivas y que lo miraban co los redondos ojos de sus frutos . Sintió la presencia de cada uno de los granos negros y cristalinos , que por miles se multiplicaba en los cencerrones . Esto lo desconcertó y aunque le había costado trabajo llevársela sola a la viña, debió conformarse sólo con acariciarla y mamar esos pechos redondos y duros, dejando a la hembra sedienta para cuando no hubieran ojos intrusos vigilando sus actos. A la Maruca, la quería para él solo y nadie más. Ni siquiera permitiría que los grandes y multiples ojos de las parras le miraran sus hermosas piernas.
Juan abrió los ojos mientras pasaba su diestra de lado a lado como rascándose o limpiándose la nariz; miró a todos lados como si buscara a alguien; las mesas estaban todas repletas de bebedores .
-¿Cómo estai, Juancho? – le grita alguien desde una mesa, con un tono amistoso. – Así no mah, como me vih- , respondió él sin saber a quien y, en un acto maquinal, mira alrededor buscando su vianda, en la que lleva su colación al trabajo ( ya no sabe cuantas viandas ha perdido, todas en los ranchos, las que deja olvidadas por la borrachera ). La mayor parte de los días , de regreso del trabajo, Juan pasa a los ranchos con algunos amigos y, a veces también solo... No sabe porque. Se formó un hábito en él y, no sabe desde cuando , sin darse cuenta . no sabe cómo. Con los amigos, para refrescarse del calor y humedecer el polvo tragado en la pampa. Todos los días.- “Vamos a una heladita, Juancho”- le invitaban. Y esa una se transformaba en docena y esa en costumbre y, ahora ya no sabe por qué, hasta le sirve para aliviar el dolor de la ausencia de la Maruca y los chiquillos, que le esperan en el puerto. La tierra del salitre ha dejado una impresión triste e indeleble en su ánimo, la plata no la vio nunca como se la pintó “el Chueco”, y aquí se encontró con el clima del desierto donde el sol abraza en un solo atado hombre y tierra, más un trabajo bestial y embrutecedor que se confabularon para mantenerlo siempre sumido, sino en la miseria, a medio vivir con la necesidad presente, como a tantos que llegaron como él, desde lejos, cargando ilusiones. Y Juan no es ninguna excepción, muchos son los hombres que aquí pasan sus días yendo del trabajo a los ranchos, a medio dormir en sus habitaciones del campamento y a la mañana siguiente, vuelta la rutina ... del trabajo a los ranchos y...
-Salud-. Dijo alguien en la mesa del fondo. –Salud.- respondió Juan , haciendo muecas indescifrables con su boca desfigurando su rostro, que a los otros parecíales gracioso, mientras levantaba al aire una botella de cerveza vacía. Se sabe borracho y al darse cuenta que el la botella no le queda más para beber, se paró para caminar con destino a la puerta. Las piernas le flaquearon como si fueran de goma, doblándose incapaces de sostener su cuerpo. Afuera el tiempo de mueve desganado y la luna rueda como sonámbula cruzando el cielo salpicado de estrellas, el polvo de los molinos ha sombreado el pulmón de la noche. Su pensamiento se puebla nuevamente evocaciones y el perfil de la Maruca, no desciende de su mente . Como una bruma agradable asocia su silueta redondita, con las parras repolludas de hojas tiernas que le parecen polluelas echadas en el paisaje del Elqui. A Juan le gusta dejarse acariciar por los recuerdos que lo llevan a recorrer, como el águila mirando desde lo alto, el verdoso valle transversal que él recorriera entero cuando niño. Imaginariamente hace volar sus sueños desde el cerro Colorado al de Las Tórtolas, las tierras fértiles donde hizo sus primeras correrías de hombre, cuyas pruebas vino a dar a la pampa salitrera donde las rindió todas porque su amor por la Maruca, le exigió la aventura. Por ella soportó el sol del desierto parado derechito sobre su cabeza haciendo que la sombra se perdiera en torno a sus pies; soportó las frías noches vestidas de camanchaca y el trabajo embrutecedor en turnos de sol a sol, en medio de la pampa sin un árbol donde protegerse, escudriñando las piedras endurecidas de sal. Vendió barato su trabajo y se dejó explotar sin lanzar un rebuzne. Igual que los burros del Elqui, que cargados, suben silenciosos los cerros.
Desde que la Maruca, debió irse a vivir al puerto, Juan siguió viviendo solo y cada día deja caer su humanidad en un Buque, que no es otra cosa que un pasaje con camarotes o piezas de lado a lado, semejando a las galeras de los barcos en que llegaron a Antofagasta, los enganchados del sur,para venirse a las salitreras en los tiempos del “ oro blanco”. En un cuarto de no más de tres metros de ancho por tres de largo, con una puerta y una ventana que lucen orgullosamente sus rendijas por donde dejan pasar libremente el polvo fino que el viento trae desde los molinos, guarda sus chilpes, arruma ilusiones y almacena esperanzas, dejando descansar sus huesos , lo más de los tiempos, para aliviar una borrachera.
La gente, los vecinos, los compañeros de trabajo le conocen y son amables con él.
-¡ Hola Juancho! – le saludan algunos amablemente .
-¿Cómo está Don Juancho? – le dicen las señoras de manera muy amable.
-¡ Vamoh a una helaita Juancho!- le invita los compañeros de trabajo. “Juancho”, le llaman todos en la salitrera . Por cariño, por amistad. Un jefe le llamó una vez “Don Juan” y él no le prestó atención , pasando por su lado como si el jefe llamara a otra persona. Solamente “ Juancho” le es familiar. Así le llaman todos y así le gusta a él. Siempre imagina mil maneras de entretenerse y olvidar, pero por fin tiene que llegar a su cuarto lleno de polvo, desordenado, y atestado de bichos que se crían entre las paredes viajas y pisos roídos y, allí lo espera la soledad paciente e inexorable y comienza a destrozarlo, haciéndolo pedazos por dentro, perforándole las vísceras; por eso nunca se niega a la invitación de una cerveza y le parece que el fondo de la botella le entrega un sueño espeso y el se deja llevar por el sueño que le hace alejarse de otro día de soledad y muerte, para despertar a la mañana siguiente y seguir nuevamente el recorrido monótono de la vida pampina : de su casa al trabajo, del trabajo al rancho, del rancho a su pieza y...
Afuera de la borrachería, Juan siente su mente cansada, se abraza de un poste de la sombrilla y, poco a poco, se va deslizado hasta quedar sentado en el suelo de costras endurecidas por la sal y los ripios. No quisiera llegar a su pieza. ¿Para qué? Si su pieza ha estado por mucho tiempo con olor a podrido, llena de polvo, desordenada . Allí hace falta la mano de mujer.- Falta le hace la Maruca al Juancho- Sentado allí, resulta insignificante, de apagada presencia ; su baja humanidad, delgada y apequeñado por la ebriedad, parece más minúsculo todavía y su rostro pálido por la avanzada silicosis, se vuelve a llenar de nostalgia para revolcar en su mente recuerdos y volver a sufrir el dolor de la soledad, quién sabe con cuántas torturas autoinferidas en su sufrida vida. Apegado a las murallas, camina hasta llegar a su cuarto, sin tener cuenta de la cantidad de botellas que ha vaciado. Puerta y ventana permanecen cerradas en forma meticulosa, con un candado que parece no tener por dónde introducirle la llave, lo que logra después de muchos esfuerzos. Melancólico, decepcionado, cabizbajo penetra en la pieza que es como un mausoleo donde sepulta sus sueños, sus desesperanzas y sus vagos anhelos.
Afuera, los gatos siguen escudriñando los tambores de basura. La noche sigue paciente su marcha lenta mientras la luna detiene su mirada en las calles largas de caliche endurecido y mira a su interior agudizando sus ojos por las rendijas de las calaminas enmohecidas. .
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