Se presentó de repente un hombre delgado, alto, de cejas picudas, hombros caídos y expresión cándida. Ganó las elecciones a secretario general de su partido frente a muchicarismáticos y poderosos contrincantes. Ese nombramiento implicaba que sería el candidato a la presidencia de su país. Nadie del partido, condenado sine díe a la oposición por esas fechas, daba un céntimo por él.
Y se inventó una forma de hacer oposición un tanto angelical a un gobierno que nunca se sintió amenazado por el que denominaron Bambi, y que lo despreciaba y se burlaba de su inocencia y sosería. Pero inasequible al desaliento Bambi se dedicó a proponer pactos que aunasen políticas y, a pesar de que no convencían al gobierno que consideraba innecesario pactar con un personaje tan inferior, parecían tan sensatos que firmaron uno contra el terrorismo y otro por la justicia. En ellos se estipula que se esforzarían por dejar aparte de la política tan importantes temas.
Y Bambi siguió ramoneando por los árboles de la confluencia de civilizaciones, la paz y tratando de conservar las maneras, a pesar que voces internas de su propia organización le exigían que fuera depredador y arrasador.
Cuando el gobierno, o más bien, el presidente decidió hablar español con acento tejano y ser la hormiga favorita del gran elefante vengador, Bambi se opuso educadamente, pero estuvo en todas las manifestaciones en contra de la guerra en la que nos metieron el elefante y sus hormiguitas incondicionales. Los compatriotas de Bambi se enfadaron mucho (el 90% según las encuestas) con el presidente por eso de la guerra, pero aún así era favorito en las previsiones.
Se acercaron las elecciones generales y él aguantaba esa presión con una sonrisa y un gesto clavadito a míster Bean. Poco a poco subía su popularidad en las encuestas, pero, salvo sus escuderos más fieles, nadie apostaba por él.
Presentó un programa electoral agresivo y ambicioso: lo tacharon de demagógico para ganar votos y sostenían que Bambi lo planteaba porque estaba seguro de no ganar las elecciones y no tener que cumplirlo.
Y tres días antes de las elecciones unos canallas asesinos nos hicieron volar a todos en pedazos y el gobierno se empeñó creer que si los culpables eran unos le favorecería electoralmente y que si eran otros (como así fue) les pasaría factura su aventura con el elefante vengador. Y ocurrió que la gente, que votó alguna vez al partido de Bambi pero que, tras unas decepciones de corrupción y otras graves mandangas, ya no lo hacía, acudió en masa a las urnas. Y Bambi ganó.
Comenzó la tormenta de truenos y centellas sobre él, que no se ha calmado aún. Pero Bambi, que había prometido un año antes hacer volver a las tropas de esa guerra inventada, fue y se las trajo en la misma trompa del gigante que barritaba en ininteligible sarta de improperios.
Bambi aguantaba y al sonreír se percibía un extraño brillo marfileño de incisivos impropios de un cándido rumiante.
Había prometido que detendría la ley de educación del gobierno anterior que iba a obligar a estudiar una asignatura alternativa a todos aquellos escolares que decidieran (ellos o sus padres por las razones que fuesen) que no estudiarían religión, fue y la detuvo ante la negrura de las sotanas episcopales que escupían latinajos apocalípticos.
Había prometido que propondría una ley lucha contra la denominada violencia doméstica (en román paladino era contra los hombres que matan a sus mujeres): fue y la propuso y aprobó.
Había prometido una reforma de la ley para la agilización del divorcio y, ante los dedos que le acusaban de cargarse a la familia, de enfrentarse a la sacrosanta iglesia católica, fue y la reformó.
Y el colmo: había prometido reformar el código civil para que en las parejas que se casasen el sexo no fuera un requisito (en plata, para que se pudieran casar homosexuales); y, aunque la tierra tembló, los cardenales se rasgaron las vestiduras (en sentido figurado porque sus prendas bordadas en oro cuestan un riñón), se unieron las confesiones monoteístas en otros aspectos enfrentadas para exigir que no lo hiciera, Bambi lo hizo.
Ahora José y Carlos que llevan viviendo y amándose juntos doce años podrán adquirir el estatus jurídico de matrimonio: lo que supondrá que si uno de los dos cae enfermo, la voluntad del otro será vinculante ante la medicina; que si adoptan un hijo, ambos serán los padres y no les pasará como a Felipe y Ramón que adoptaron como solteros y el padre legal era Felipe que murió de un infarto cuando el niño tenía ocho años y la familia de Felipe le separó de Ramón y no lo soportó.
Y José y Carlos han ido a su ayuntamiento a arreglar el papeleo cogidos de la mano y esto le produjo ternura a una amiga mía que también va a casarse con su chico y me la traspasó a mí y aquí me tenéis escribiendo esto lleno de conjunciones porque me sale así.
Yo no voté a Bambi-Zapatero-ZP, nunca me gustó la película de Disney porque me hizo sufrir mucho, soy heterosexual, o eso creo, pero me alegré infinito de que volvieran las tropas españolas de esa exaltación a la ley del más fuerte que fue la guerra de Irak (que sigue), de que se detuviera la LOCE, de la ley de protección de las mujeres, de la agilización del divorcio y, sobre todo, de que José y Carlos puedan casarse si les da la real gana y sacar a un niño de un orfanato y quererlo.
Madrid, 28 de abril de 2005
Juan Rojo
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