DELÍRIUM TRÉMENS Y UN ESPECTA-CULO POÉTICO
En realidad era un viernes sin muchas posibilidades de hacer nada. Tenía los bolsillos quebrados. Una lluvia intermitente pero dañina caía en toda Santa Marta. Esta pequeña ciudad se paraliza con muy pocos litros de agua. Las calles se hacen intransitables. Una minúscula Venecia sin góndolas y sin olor a mierda. No conozco la ciudad italiana, pero es mi recuerdo borroso de la novela de Thomas Mann. Tenía unas ganas compulsivas una gota de alcohol que me llevara a otra, a otra, a otra y así…
-Estaba apunto de enloquecer.
-Mi cuarto, ese pequeño cubo lleno de goteras, de polvo, de hojas, de libros, de pedazos de algodón y de sabanas sucias que dan la impresión de una cartografía en tela: océanos de cerveza, ríos de semen, continentes de vomito –toda una geografía humana, un paisaje de podredumbre.
-Eran las seis de la tarde, estaba tirado en la cama mirando las botellas vacías, entre la alfombra de hojas me de tengo un instante en una imagen, es Rimbaud: un maldito poeta francés, brillante, adolescente y marica. La imagen en realidad era una invitación a un recital de poesía. Lo que menos quería en ese día tan frustrante era tener que ver a unos snops con pretensiones intelectuales que solo están ahí por estar, en su incomodidad emanan siempre ese hedor que hace el ambiente nauseabundo y falso. De repente tuve un segundo de lucidez (eso pensé), en medio de mi “asquerosa” categoría usada por algunos cachacos para nombrar a las crisis existenciales o a las simples y vulgares depresiones. Mi asquerosa era producto de una borrachera demencial el día anterior que apenas dejaba sus estragos en mi conciencia.
-Recordé que estos sitios de la cultura suelen ambientar sus eventos con cócteles o degustaciones de tragos baratos. No era el momento adecuado para ser pretencioso. La ansiedad estaba corroyendo mis huesos, mi corazón latía asimétrica y velozmente mientras mi cara sudaba como si estuviera expuesto a la lluvia.
-No lo pensé más, me puse ropa y salí.
-En el camino pensaba en el trago que regalarían y en algo de Rimbaud, no recordé nada del maldito, solo que vendió armas en África y que murió muy joven.
-Al llegar todo estaba bien puesto, el público estaba sentado y geométricamente ordenados; dos hombres y una mujer estaban en el centro del auditorio. Empecé a angustiarme, mis ojos rodaban de un lado a otro buscando algo, alguna huella, una cicatriz que me indicara que sí, que en algún lugar hay un mesero con algo de tomar; que nada estaba perdido, que mi viaje no era en vano.
-Todo fue un fracaso, no vi un solo rostro deformado por el alcohol. Traté de controlarme y de no llamar tanto la atención. Miserables todos!!! Intelectuales de provincia y seudo-humanistas franceses, no saben nada!!! (Pensé), es inadmisible recibir a alguien sin nada de tomar.
-Me quedé, toleré la falta de preámbulos, la introducción a la poesía sin ningún tipo de iniciador liquido. Omití el preludio etílico y me sumergí en la promiscuidad poética y en la orgía típica de este tipo de actos públicos.
-Era un recital a tres voces, un hombre delgado leía y comentaba los textos en castellano, mientras que una pareja leía los poemas en francés. Me llamó la atención la mujer, una señora entrada en años con todo el performance intelectual de los años sesentas, al mejor estilo de Simón de Beauvoir, su voz acariciaba las palabras, saboreaba el poema, como un catador de vino.
-De repente me veo disfrutando del recital, mi ansiedad se disipaba. Pensé en volver a leer poesía, genero que había olvidado. En ese mismo instante centro mi mirada en una mujer, de facciones finas, cabello rizado, de ojos claros y piel trigueña. Yo estaba fuera del recinto recostado a una verja, tenia acceso al evento a través de una ventana que me permitía tener una vista amplia en profundidad. La mujer se levantó de su puesto, la perdí de vista, me concentré de nuevo en el recital. De repente llega esta chica y se sienta en un gran tronco convertido en un confortable sofá que se encontraba justamente de bajo de la ventana que daba al salón. Ella sentada cómodamente en el sofá-tronco destapa una cerveza y prende un cigarro, sus movimientos eran lentos y estéticamente calculados. Vi a dios y al diablo encarnado en un mismo ser, fusionados en una criatura sexualmente apetecible con el objeto del deseo entre sus dedos. Pensé en mi suerte, y en los sitios potenciales donde se ha podido sentar, ¡pero no!, tenia que ser justo aquí! La poesía perdía su poder seductor; pensé en Chinaski y en su mundo de mujeres fáciles y mares de licor.
-Regreso mi atención al recital en su parte final, la Beauvoir del trópico caribeño se pone de pie e interpreta una canción en francés: buena voz y excelente técnica, la vieja era muy buena.
-el objeto del mal hace un movimiento brusco, voltea su mirada al espectáculo, pone sus rodillas en el sofá y echa su culo hacia atrás al mismo tiempo que su hilo dental se sale del territorio del Jean y se expone generosamente al aire libre. Espere algunos segundos a que se percatara de su posición o exposición, hecho que no pasó, de pronto sí era conciente que estaba por fuera y no le incomodaba. Estaba perturbado. Perdí por completo el interés por lo “culto” y me dejé llevar por esa poesía erótica expuesta a mis ojos. Oh! Culo poético, con tanga que atraviesa y se interna en la misteriosa topografía de su sexo! Quería que ese instante durara lo suficiente para construir a partir de los acontecimientos una historia con matices Bukwskianos. Pero no, la mujer dejó de cantar, la chica se volteó, me hizo un gesto de complicidad, tomo un ultimo buche de cerveza lentamente dejando humedecer las comisuras de sus labios con el preciado liquido. Se levanto y desapareció entre los asistentes que salían del salón. Estaba perplejo, después de tan soberbio recital solo me quedaba buscar algo de sexo y algunos tragos.
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