Sábado de fútbol. Pero cuando se es mujer es distinto, complicado y engorroso. A veces molesto. En este caso lo fue. Ella disfrutaba de un buen partido de fútbol Europeo la tarde del domingo, al parecer a su hombre le agradaba que su pasión fuera la suya también. Aquel Sábado jugaba el “villa Angelmo”, paseo obligatorio familiar en el barrio, todas las mujeres se reúnen a preparar las ensaladas mientras en la camioneta de alguno de los hinchas se coloca la parrilla, las garrafas de vino, las ollas para preparar el ponche, algo de cubiertos para comer (no mucho porque se pierden), un par de mudas de ropa para los niños, carbón y carne. Partían a la cancha. Lo justo y necesario para pasar una criolla y entretenida tarde de sábado. Los hombres reunidos comentan la posición de los jugadores: - ¡ yo creo que el “Cofla” debería jugar de siete! - ¡ hay visto la “gambeta” de ese loquito de ojos verdes, es seco!. Y así el partido toma color y la multitud se instala en las graderías con las banderas y las bolsas con papeles picados. Está por comenzar, pero falta alguien importante en la barra: La Memé; hincha de cualquier equipo de buen fútbol. Mujer Chilena de treinta y dos años, sin hijos y un marido futbolero... pero celoso. Compartían la misma pasión por este deporte pero la disyuntiva siempre era cuando jugaba “Angelmo” y La Memé quería ir juntos. “Todo ladrón es desconfiado”, le decía a su esposo cuando este se disculpaba diciendo que los hombres se pasan rollos con las mujeres que van a ver fútbol y no se dedican a los niños. Machista él. Ella solo quería disfrutar del espectáculo junto a su esposo, beber algunas cervezas y luego comentar el partido con alguien entendido en la materia. Pero no, la inseguridad de Evaristo era más grande que su amor por La Memé. Aquel sábado tuvieron una fuerte discusión antes de salir a la cancha. Eran los dos apasionados, pero ella, tozuda se aventuró y fue sola al partido. No esperó a su marido. Al llegar al lugar sus ojos se llenaron de emoción, aquel día era especial, ella lo sabía. Lo sentía. Se instaló junto a los de la barra a gritar y alentar a la hinchada, se sabía todos los cantos, era bella, además la mayoría de esos trogloditas pensaba que era la mujer que todo hombre quisiera tener: una mujer futbolera. Pero no era el caso de Evaristo, se cansó, le dolía la cabeza, estaba fuera de la cancha pensando e hirviendo de rabia. Solo quería llevarse a su mujer de aquel lugar. El partido había comenzado, “Angelmo” iba ganando 2-0, La Memé se la había gritado toda, su voz apenas se oía entre tantos hombres eufóricos, su cuerpo se movía al compás de la hinchada, saltaba, gritaba y reía. Era feliz. Quedaban solo unos segundos para que terminara el primer tiempo, así que era el momento de ir a ver que pasaba con su esposo que no llegaba, estaba preocupada, pero feliz. Llegó a su casa, quedaba cerca, estaba todo apagado, no había nadie al parecer, de pronto sintió sobre ella una mano pesada y fuerte que la tomo del pelo y la arrastró hasta el baño de su casa. Desesperada gritaba pero todos los vecinos estaban en la cancha, era el momento preciso para un asalto. Mientras intentaba ver la cara de su agresor, mordía las manos que le tapaban la boca. Pudo zafarse y prender la luz, la sorpresa fue fatal: Evaristo estaba completamente vuelto loco, con los ojos desorbitados y sin razón, se abalanzó sobre ella empujándola hacía la tina, un crimen pasional-futbolero acababa de ocurrir. Las manos de Evaristo se llenaron de sangre al tomar la cabeza de Salomé. Sus ojos se llenaron de pena. La culpa y la desesperación lo llevaron a cometer un acto mórbido y descabellado: tomó el cuerpo de La Memé en sus brazos, caminó hasta la cancha dejando un camino de sangre tras sus pasos, se internó hacia la cancha y cuando llegó al centro la dejó cuidadosamente y se levantó gritando: - “¡esto es pasión!, No ustedes que solo vienen a beber y mirar mujeres que por acompañar a sus esposos se ven envueltas en estas situaciones”. - Los espectadores asqueados casi al vómito por aquel espectáculo, tapaban sus ojos y los de sus hijos presentes. Era lo más aterrador que podía haber pasado un sábado de fútbol. La mujer futbolera ahora estaba muerta, descansaba en paz, en el paraíso de seguro. Tal vez viendo un partido de fútbol. |