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Felipe y Gabriela regresaban felices de haber contemplado desgajarse algunos de los hielos perpetuos de los glaciares Upsala y Perito Moreno, el viaje había sido maravilloso y como siempre , llevaban un desordenado diario de ruta que tiempo después leerían con regocijo. Manejar por esas extensiones que parecen interminables en la Pampa y la Patagonia Argentinas había sido una experiencia inolvidable, pero el regreso a Buenos Aires se volvía tedioso y monótono, mirar esas tropillas de guanacos y ñandúes ya no les producía el mismo impacto que cuando llegaban.
Esa tarde, después de manejar horas y lejos de cualquier población, Felipe sintió que no controlaba bien el auto. Paró a un lado del camino y consternado vio que no tenía desinflada una llanta, ni dos, ¡eran tres! La situación parecía ser límite, así que decidieron regresar a pedir ayuda a una casa que recordaban haber visto unos kilómetros atrás. La caminata fue aderezada con un par de retorcidas historias inventadas sobre la marcha a cerca de lo que les esperaba en la casona. Amantes de la aventura, todo era parte de la diversión y los lugares comunes sobre casas en medio del camino, fueron apareciendo en su plática una tras otra. Llegaron con la tarde pardeando, un viejo con mirada dulce y manos recias les abrió la puerta con una rapidez inusitada, como si les hubiese estado esperando, le contaron lo sucedido y le solicitaron llamar para pedir ayuda; el viejo actuó como si el percance fuera cosa habitual, y amablemente les convidó a pasar ahí la noche, pues no tenía teléfono; al día siguiente los llevaría al pueblo en su camioneta.
Nuevamente ante el límite, accedieron a la invitación y trataron de hacer su presencia al menos, agradable. El viejo vivía solo desde que había muerto su mujer hacía siete años, y ocupaba esa casa a unas horas de El Calafate donde disfrutaba esa “perfecta soledad” en su labor de artesano, aunque siempre eran bienvenidos los viajantes que pasaban por ahí. Después de cenar, Felipe y Gabriela alabaron las blancas figuras que estaban a medio terminar por las manos del artista. El estudio mantenía un orden perfecto, pareciera incluso que lo mantenía aséptico: dos tornos, un pequeño horno y una especie de molino, sobre una mesa de acero inoxidable albeante, era todo el equipo que al parecer usaba el viejo en la confección de sus piezas. Reinaba en el lugar un olor como a “ cuerno quemado” que les era lejanamente familiar.
- ¿De qué material están hechas?-preguntó Felipe- nunca había visto nada parecido.
- Y... les daré mi secreto, porque sos turistas. Vos ahora no lo sabés, pero eso lo mantendrá intacto- contestó el viejo con un brillo en los ojos- aunque tal vez la materia no les diga nada, se trata principalmente de una matriz orgánica de proteínas y carbohidratos, con fosfato de calcio en forma de apatita, y el componente glucoproteínico es el que le da la translucidez y el brillo , y el que a su vez, promueve unos gránulos secretores que liberan el contenido que les da ese aspecto tan especial y mágico.
- Tiene razón- terció Gabriela, mientras dirigía sus ojos al título enmarcado en la pared- parece que nos habla en chino, pero por lo mismo parece interesante ¿ desde cuándo se dedica a esto?
- Sí, el del título de Estomatólogo soy yo....esa fotografía tiene al menos... cincuenta años, y por tanto, mi afición por ese tipo de escultura debe tener casi el mismo tiempo.
- ¿Quiere decir que el material que utiliza tiene algo que ver con su profesión? -Inquirió Felipe.
- ¡Exacto! Habés adivinado, quizá no seás un gran conductor, pero sí que sos perspicaz.
- ¿Gran conductor? ¿A que se refiere...?- contestó Felipe sin comprender en ese momento el sentido del comentario.
- Hombre, habés manejado con las ruedas bajas algunos kilómetros y no te habés dado cuenta.
No comprendió del todo, pero una pequeña luz de alerta se encendió en su interior. Las macabras pláticas que acababa de tener con Gabriela podían materializarse, pensó bromeando con sigo mismo.
- Decía usted que el secreto material está relacionado con su antigua profesión...
- Y querés saber todo, ¿eh? Mirá que sos agalludo. La hidroxiapatita es un material del que está formado el esmalte de los dientes...- hizo una pausa, como observando alguna reacción-
- Siga- balbuceó Gabriela sintiendo ese cosquilleo en la oreja izquierda que la hacía presagiar algo.
- Pero no han tomado una gota del bajativo, si no les agrada, les busco otra cosa... ¿estamos? Y...bueno amigos, no sé si ya lo intuyeron- dijo entornando los ojos- comencé usando el esmalte de los dientes que extraía en la consulta, pero resultó que mi arte era mejor pagado que mi profesión, así que al aumentar la venta de mis figuras, tenía que conseguir más esmalte ¿cachás?
El viejo continuó tanteando el terreno:
- Conseguía dientes con mis colegas, e inclusive llegué al extremo de pagar a los capangas del panteón para que me consiguiesen una buena cantidad, pero desgraciadamente luego descubrí que los dientes que me servían eran los recién extraídos, una vez desecados, la matriz orgánica perdía todo su potencial.
El sempiterno terror al dentista, esta vez comenzaba a acompañarse con una verdadera angustia por lo que podía esperarles, en sus mentes comenzó a hacer sentido lo que el viejo había mencionado sobre los kilómetros que habían avanzado con las llantas bajas. Como por sentido de conservación, Felipe no probó siquiera el recién servido digestivo .
- Después me quisieron engayolar...algunos pacientes a quienes había extraído sus dientes, porque las prótesis totales les eran de mucha ventaja, me demandaron por mal praxis médica, les había llegado el run-rún de que usaba el esmalte de sus dientes para mis esculturas, y eso no lo podían aceptar. Afortunadamente mis abogados demostraron que no era ningún farabute, y aunque me costó alguna guita, salí del problema.
- ¿Qué es un farabute?- Por fin ella se atrevió a preguntar por una de tantas palabras que no había entendido y que acrecentaban su confusión.
- Un farabute, una persona mal viviente -siguió- tuve entonces que dejar Buenos Aires y he venido emigrando hacia el Sur. Acá, sin querer, encontré la fórmula para hacerme del preciado material. De vez en vez llegan hasta aquí paseantes, como ustedes, con esa frase que de tan gastada pierde brillo: “ después de ver ese portento que son los glaciares, ya puedo morir en paz” muchos de ellos compraron en El Calafate alguna de mis figuras y no saben que están hablando con el artista, hasta que ven mi estudio, y es entonces que todos preguntan, como ustedes, de que están hechas y a todos les platico el asunto del esmalte, pero nunca la forma en que hoy en día obtengo la materia prima. Pero bueno, se hace tarde y vos no le habén dado ni un beso al bajativo, comprenderán que yo ya soy viejo, así que vayamos a descansar que mañana les hago la gauchada, no puedo dejarlos en la estacada, así que iremos en mi pickup a la estación de nafta a solucionar esa aparición de la viuda. Ustedes duerman a pata suelta que yo me levanto antes del amanecer a encender el calefón.

Durante buena parte de la noche Felipe y Gabriela permanecieron despiertos, aguzando los sentidos en espera del fatal desenlace, ¿ que era eso de “hacerles la gauchada”? ¿”dejarlos en la estacada”? ¿a qué viuda se refería? Gabriela terminó por caer rendida y Felipe atribuyó esto al bebedizo que por comedimiento, ella había aceptado probar. Su mente enfebrecida comenzó a evocar recuerdos inexistentes de primeras planas de páginas amarillas en que se hablaba de cadáveres mutilados en la cavidad oral, recordó ese peculiar aroma a consultorio dental que permanecía en el estudio del vejete. Lo que comenzó como una sospecha, en su mente tomó completa forma de certeza cuando a través de la ventana observó al viejo bajando de su camioneta unos enormes bultos, seguramente eran sus anteriores víctimas. El sudor le bajaba por todo el cuerpo cuando tomó la decisión. No podía permitir que el viejo dentista les sacara uno a uno los dientes, y después se deshiciera de ellos, como seguramente lo había hecho con todos a quienes les ponía la trampa poncha-llantas.
Eran ellos o él, gracias a Dios no había tomado el bebedizo con el que se habría adormilado dándole la ventaja al anciano. Felipe salió de la habitación con la navaja suiza lista en la mano, no tuvo que llegar al cuarto del viejo, lo encontró de frente en el oscuro pasillo y desesperado, ahogando un grito, comenzó a coser el cuerpo de su anfitrión hundiendo repetidas veces la navaja por todo su cuerpo. El viejo no alcanzó a reaccionar, y mientras acababa con aquella amenaza, Felipe emitía desagradables sonidos mientras masacraba el ya inerte cuerpo, Gabriela salió, y lo vio ensangrentado, echado junto al anciano.
Dejaron el cuerpo en el pasillo y Felipe entró como zombi vestido a la regadera, para lavar las huellas del crimen y la incipiente culpa, culpa que creció y se desbordó cuando al llegar a la camioneta del viejo para huir, descubrieron los grandes sacos, con la etiqueta que decía: “APATITA DE FOSFATO CALCICO" Producto Chileno.

Texto agregado el 27-04-2005, y leído por 191 visitantes. (0 votos)


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