Y, sin embargo, me voy. Con las manos vacías, el corazón atento, la invitación fallida. Con la conciencia limpia, me voy. Te pedí, muchas veces, que vinieras conmigo. El silencio fue tu mejor respuesta. Jamás hubo carencia de pretextos. Jamás te faltó imaginación para las excusas. Mucho menos, para tu miedo.
En algún momento te quise. Cuando vimos aquella película francesa y te quedaste mudo frente a la pantalla. Tantas veces que escuchamos música populachera, de esa que sólo tú conoces. Tantas noches de boliches y tertulias. Sí, en algún momento te quise, te pensé, te imaginé. Peor aún, en algún momento pensé que me querías. Tu impavidez se fue convirtiendo, poco a poco, en un muro de contención. Fueron miles mis cabezazos. Y, sin embargo, no entré. Por eso, me voy.
Eso sí, debo reconocer que aquella noche, justo cuando no podía hablar, cuando había quedado afónica de tanto suplicarte, estuvimos cerca, muy cerca, de cruzar en la esquina hacia la derecha. En fin, cambiar el rumbo y las predicciones de los demás.
Me dijiste, recuerdo, con cierta vergüenza: No quiero que te vayas. Vente conmigo pues, repliqué al tiro. Si tus condiciones de trabajo no fueran tan buenas allá, decías. Sólo eso pasó esa noche. Nada más. El beso nunca llegó. Entonces, me voy. Por eso, me voy. Muy a mi pesar, me voy. Y, sin embargo, me voy.
Tu eterno desarraigo, a veces, me hacía soñar. Sólo a veces. Así como dejaste tu casa, tu tierra, tu gente, tus aires. Así de fácil era nuestra oportunidad. La única vez que rompiste el silencio, la primera y última, dijiste que tal vez, sólo tal vez, te darías una vuelta por allá en vacaciones. Sería interesante conocer los volcanes. Más interesante sería volverme a ver ¿No crees? Tal vez, sólo tal vez.
Sin embargo, una vez murmuraste que tenías una vieja herida sin sanar. Entonces, volví a soñar. Pensé: Es miedo, sólo eso. Y vinieron mil cabezazos más. Pero tu fortaleza resultó incorruptible. Tu miedo a probar. Tu miedo a apostar una vez más. Tu miedo a sentir, a extrañar. Tu miedo a decirme la verdad.
Así que me voy. Sólo me llevo mis manos vacías, el recuerdo lejano de la invitación fallida, la certeza de mi conciencia limpia y mi corazón atento a nuestra última despedida. |