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La figura de Turkón se hacía notar entre los cristales del tabernáculo en el que habitaba. Era una sombra poco expuesta pero lo suficiente como para hacer notar tras ella la magnificencia del dios de los sywoks, su poder se sentía en cada rincón de aquel mundo caótico. Su deidad era lo único que se podía respetar y su mensaje no se leía, se respiraba. El olor fétido en el que se convertían sus órdenes discurría en medio del ambiente y permanecía hasta que todos lo habían sentido, de tal manera que se hacía lo que Turkón mandaba.
Los sywoks se habían convertido en seres autodestructivos, los continuos mensajes de locura, desorden y violencia que Turkón les imponía, alentaba en ellos la necesidad de sobrevivir a costas de la aniquilación de todo. Entonces se inició la mayor violencia que jamás habían imaginado.
Nunca fueron pacíficos, pero lo que ahora vivían no tenía límites. Rompieron las mínimas reglas de convivencia y cuidado de su habitat. Destrozaron todo cuanto habían construido, comenzaron por lo ajeno y hasta lo propio se volvió basura, una basura que inundó el espacio donde convivían. Acabaron con todas las reservas de alimentos, incluso las más atesoradas por los usureros que pronto fueron los primeros en ser devorados por las bestias de su propia raza.
Fue a partir de ese momento que todos, a pesar de haber comprendido que se acercaba el final, sintieron la última señal de Turkón: Para vivir había que matar y para no morir había que pelear o huir. La persecución entre unos y otros pronto se convirtió en silencio. Al huir todos de todos y al quedar pocos, la oscuridad se hizo más intensa, el clima más hostil y sobretodo los alimentos ya se habían acabado.
Un silencio total invadió el mundo de los sywoks. Un silencio absoluto, envolvente, profundo, un silencio tal que no dejo espacio para el aire y por lo tanto para los mensajes de Turkón. Aquel olor nauseabundo que inundaba asquerosamente el ambiente desapareció. Los pocos que quedaban salieron lentamente de sus escondites y casi al borde de su extinción se volvieron a unir. Se dieron cuenta que Turkón se alimentaba del aire que debían consumir ellos y los inundaba de podredumbre en forma de mensajes; al no existir éstos, comenzaron a sentir el aire y volvieron a vivir. Turkón simplemente desapareció y si existe aún ya no es su dios pues ya no lo respiran.

Texto agregado el 27-04-2005, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-01-2006 de donde aparecio y adonde se fue siempre sera un misterio y es en eso que radica el misterio de tu relato. sigue asi..... juancalderon
29-04-2005 Un relato fantástico que nos revela tu talento, Pichango. Mis ***** Isamar
 
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