Estaba bastante lejos como para alcanzarte, mi cuerpo tendido mientras yo flotaba tranquilo sobre tu cara, te besé en los labios robándote un poco de aliento, me inflamé de esperanza y tú apenas te moviste.
Sentí tu cuello aromatizado a jazmines y arándanos, los recorrí con mi aliento hasta saciarme de tu olor, palpé tu clavícula hasta envolver tu esternón, susurraste mi nombre entre sueños y me volví a besarte para que guardaras silencio, podías romper el encanto que empezó con un sueño.
Regresé al oasis de tu ombligo cuidando no hacerte cosquillas, mis dedos en punta te hicieron estremecer y la piel de la princesa se tornó encrespada y contraída, de nuevo me alejé para observarte, seguía guiando tus sueños conmigo.
Me recorrí flotando hasta tus pies afrancesados, deslizé el velo que los cubría y comencé a besarlos con el vaho que llevaba tu nombre, salieron plumas de mi espalda y tuve que apresurarme, oliendo tus piernas las separé con suavidad hasta que deslizando mis manos te despojé de tus prendas satinadas de dormir enclaustrada...
Me introduje sin esfuerzo en la humedad de tu cuerpo y te miré sonreír, me mantuve quieto mirandote a la cara y el viento quemante de la noche salió desde dentro de mí, te dejé parte de mi alma mientras me estaba yendo, aunque no quería dejarte floté desprendiéndome de tu sudoroso cuerpo quitándome del cuello tus brazos que me rodeaban y se aferraban a mí.
Todo empezó con un sueño que tuviste un día conmigo, me animé a pasar por vez última a despedirme mientras saldaba las cuentas pendientes, asegurándome nunca te olvidaras de mí, aún muerto.
Al verle a los ojos a nuestro hijo que lleve mi nombre, podré estar de nuevo a tu lado aún después de todo y que no me viste llegar ni partir, mientras levanto el vuelo y sólo una pluma queda como el recuerdo de que un día estuve ahí. |