Inicio / Cuenteros Locales / CAIO / EPITAFIO
No tuve la oportunidad de despedirme. Debo confesar que jamás fue mi intención hacerlo. Siempre dije que las despedidas solo sirven para recordarnos que alguna vez dijimos adiós. El irse en silencio es mucho más placentero pues la incertidumbre del regreso siempre nos hace intimar con alguna sorpresa. No hay modo de huir… Uno se convierte en profeta de su propio destino. Lo extraño, es que estoy arrepentido de no haberlo hecho. Acaso sea porque me estoy poniendo viejo y la nostalgia excite en mí las ganas de hacer las cosas que no juzgué importante hacer.
Hace frío; la noche está triste y la soledad de las calles da la sensación de un canto sepulcral a la distancia. No hay estrellas. El tiempo parece haberlas comulgado. El vacío allana mi cuerpo, mientras el cielo comienza a llorar su misterio. Lo nocturno del paisaje arroba mi esperanza y un rumor silencioso se hacen eco en mis oídos. No comprendo su mensaje pero duele saber que hay palabras que no puedo discernir.
El deseo de llegar a casa apresura mis pasos sin embargo no avanzo y, si lo hago, es tan lento mi andar que casi no lo percibo. Quizás esto me enseñe a ser paciente y hasta encuentre interesante esperar por aquello que nunca llegó…
Es raro ver como pequeños detalles hacen que uno comience a pensar en el tiempo que perdió hasta descubrir que existen gestos que forjan una sonrisa y nos permiten ser feliz. Y pensar que decir adiós era para mí como una inevitable senda hacia la muerte: si te despedías, era porque no volvías. Entonces para qué despedirse si inexorablemente ibas a regresar. No tenia sentido. Siempre estaba regresando y siempre en la estación estaba el abrazo de un amigo o los ojos de una madre cuya mirada sonriente no hacia más que amar. Ahora bien… El banco donde siempre me aguardaban estaba vacío. ¿Qué los habrá motivado a quedarse? ¿Será que hay un acontecimiento especial que tal vez no tuve en cuenta y que, obviamente, es más importante que mi regreso? Seguramente mi egocentrismo haya provocado que mi habitual amnesia deje de lado la necesidad de los otros. No todo necesariamente tiene que girar a mí alrededor. La vida debe estar encargándose de poner todo en su lugar… Es increíble pero, de repente comprendo que he sido un poco soberbio. En fin, lo importante es darse cuenta de los errores y saber que siempre hay tiempo para enmendarlos.
No hay límites entre lo que quiero y lo que otros desean. No existen fronteras ni cercas que encarcelen mis pensamientos. En la vida siempre he sido yo y mi circunstancia. Acaso ahí, radique el por qué de no decir adiós y la certeza de que nunca regreso porque en realidad jamás me fui. Sin embargo más allá de esta certidumbre hay algo que me inquieta a punto del colapso. No se que es pero oprime mi alma y no la deja respirar.
He regresado antes de lo previsto o después de lo anunciado. He llegado a casa. No hay nadie. Mientras espero que alguien regrese me siento en el sillón del abuelo que permanece junto a una ventana desde que él nos dejo. Tiene algo de polvo pero no me importa. Estiro mis piernas a la vez que observo en la mesa un paquete de tabaco “la suerte” y su pipa. Un fuerte olor a puro impregna el momento. De repente la figura del abuelo aparece en la puerta. No se que decir. Quisiera abrazarlo y no puedo. Tengo ganas de llorar y no hay lágrimas que broten de mis ojos. Estoy apesadumbrado. Necesito saber donde están todos y no logro hacerme entender. Con una sonrisa silenciosa y cómplice él hace un gesto que adquiere sentido en las palabras impresas sobre un retrato mío. El epitafio decía: “no siempre es necesario despedirse; no siempre hay alguien que nos espera…aunque decir adiós sea para muchos una palabra sin sentido, no tiene sentido morir sin antes haber dejado al menos una despedida.
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Texto agregado el 26-04-2005, y leído por 298
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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28-02-2007 |
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Concuerdo con vaerjuma. Muy bueno. mariaclaudina |
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13-05-2005 |
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Muy bueno, Caio. Muy bueno. Mis 5. vaerjuma |
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