Desde una esquina del pasillo, en aquel tercer piso, le divisé, estaba con su mirada fija en el patio del colegio. Sus manos en los bolsillos, su cabeza calva se mecía suavemente, dio unos pasos hacia atrás… levantó los brazos y se arrojó al vacío.
De esa manera se fue la filosofía, las horas de platón y el ser… ¿Lo humano?, ¿Lo divino? El viejo profesor decidió escapar.
Mariposas en el estomago, el hombre miraba al infinito, abajo en el patio, jugaban los niños. Respiró profundo y con la fuerza de un impulso sobrenatural, se lanzó desde el tercer piso… No se llevó a ningún alumno por delante. Esa mañana la lección quedó grabada para siempre.
Cómo imaginar lo que podía pasar, sólo un gran golpe emite un sonido tan fuerte. Cuando me volví, desde el centro del patio, se elevaba una polvareda. Corrí junto a los otros niños… Estaba mi maestro de espaldas a un charco rojo y con los ojos mirando fijos algún punto en el cielo. El cuerpo muy quieto, me pregunté “y el alma ¿dónde estará?”.
¡Tengo vivo su escape, Maestro! ¡De mi no pudo huir!
Me hice pedagogo por su culpa. Vivo enseñando lo que usted dejó a medias y quisiera ya, saber cuándo podré escapar…
En las mañanas como esta, miro desde el tercer piso y siento, cada vez más fuerte, su llamado…
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