El Tesoro
Una carpa de diez por diez, de lona que en sus buenos tiempos fue blanca, un par de carpas de menor tamaño, de lona a rayas rojas y amarillas; armadas en la arena junto al despeñadero de roca gris, al oeste el mar revienta fuerte en la orilla peñascosa, mirando alrededor no eres capaz de encontrar ningún camello y a unos cuatro kilómetros una mancha verde, muy extensa para ser un oasis, porque yo no estoy en ningún desierto árabe o africano; estoy en el Perú, en la playa de La Chira a escasos veinte kilómetros de Lima, la capital del país y echando de menos mi caballo.
En el acantilado una cueva poco profunda, con una gran X tallada en la roca y algunos signos que parecen palabras en latín; dentro de la oquedad, un pasaje como un túnel muy estrecho, oscuro y profundo por donde sale una corriente de aire como empujada por el reventar de las olas, proveniente tal vez de una cueva subacuatica. Hombres y mujeres con herramientas para cavar, picos, palas, una carretilla y un niño de ocho años escasos, se perfectamente la edad, porque ese niño soy yo y todo lo que voy a contar acá, es la pura sacrosanta verdad…. Lo juro.
La playa de La Chira era esporádicamente visitada por algunos muy escasos pescadores artesanales, debido a la falta de carretera tenias que caminar como cuatro kilómetros por la arena para llegar al mar, los automóviles de la época se quedaban atollados en la arena, Jeep y “Four wheel drive” era solo para vehículos del ejercito.
Corría el año de 1946; un amigo de un amigo, había contado a otro amigo sobre la existencia de la cueva y este a su vez se lo contó a mi madre. Era lo opinión generalizada en el grupo que en esta cueva estaba el derrotero para el Tesoro de los Jesuitas que tenia que estar enterrado en los alrededores.
Compañía de Jesús
Los jesuitas llegaron al virreinato del Perú en el año 1568. No sólo vinieron a ejercer el apostolado entre los españoles y criollos de los centros urbanos, sino que se les encomendó la cristianización del mundo aborigen. También se dedicaron a la educación, la obra de hospital y el reparto de limosna y víveres a los pobres.
En 1767, Carlos III decretó la expulsión de los padres de la Compañía de Jesús de sus dominios de España y América, por considerar que habían adquirido demasiada importancia dentro del gobierno de España y sus colonias y avían acumulado mucha riqueza mal ávida.
Decía la tradición popular que antes de abandonar Lima, ellos enterraron sus Tesoros y guardaron el derrotero para poder encontrarlo posteriormente.
Pero para evitar que la confusión sea mayor, dejadme empezar por el principio.
Este fin de semana, hable por teléfono con mi hermana Carmen, ella sigue en el Perú…. mi hijo Adolfo le había contado sobre La Pagina de los Cuentos y habían leído algunos de mis relatos.
-¿Como estas Arturito? Para ella siempre seré Arturito, ella tiene nueve años mas que yo, es mi hermana mayor; la única que me queda, porque a mi hermano Carlos, lo mataron entre Carmen, su mujer Maria Elena y sus cuatro hijos.
Parece que el sino de mi familia es que; alguien que te quiere bien, te va ha matar pensando que es lo mejor para ti…. Mi hermano, mayor seis años, fumo toda su vida y como resultado del endurecimiento de las arterias producto del cigarrillo, comenzó hace como veinte años a tener dificultades de circulación en las piernas, un doctor amigo le pronostico que si no dejaba el cigarrillo, terminaría con gangrena.
Pero este doctor es muy difícil de creer; a mi me pronostico cáncer al pulmón, me recomendó dejar de fumar, cuanto antes, mejor…. Al mismo tiempo que el apagaba el cigarrillo sin filtro que el estaba fumando, en casa del herrero “cuchillo de palo”, lo que me pronostico fue verdad, lean “En Paz”; pero esa es otra historia.
A mi hermano le dio gangrena, el doctor quería amputar, lo que prolongaría la vida, con suerte un par de años, en Lima hicieron consejo de familia, su esposa, sus hijos y Carmen; el estaba lucido y participo del consejo…. Decidieron que moriría con dignidad y entero; murió a la semana; a mi no me invitaron al concilio por vivir en Estados Unidos; pero hubiera coincidido con ellos.
-Bien…. ¿Y tu, flaca? Fue flaca cuando estaba en los treintas, pero ya no.
-Leí tus historias, estas sacando todos los trapitos al sol, hablando mal de todo el mundo! Me dijo riéndose.
-¿Por que no cuentas cuando mandaste a la mierda el Tesoro de los Jesuitas?
Se abrió mi mente y todo se mostró tan claramente como si hubiera sido ayer.
—o—
Dos años de muy buenos negocios en la serranía del Perú, habían permitido a mi padre incursionar en la agricultura, compro o alquilo (no estoy seguro), una hacienda en el valle de Chincha, llamada Hijahalla, que según la creencia popular, quería decir hija encuentra o lo que es lo mismo hija busca y mi madre se lanzo a buscar, con ayuda de un historiador famoso cuyo nombre me guardo en el tintero, se encontró huacos (cerámica prehispánica), tejidos de algodón silvestre en estado de descomposición, generalmente como parte de fardos funerarios y cualquier cantidad de huesos humanos y calaveras, mientras mi madre y en algunos casos mi padre y mis hermanos, miraban a los peones cavar en busca de los tesoros Paracas (una cultura anterior a los Incas); yo me paseaba en un caballo de poca alzada que mi padre me había regalado por mi séptimo cumpleaños, viví las mas hermosas aventuras ecuestres que te puedas imaginar, subiendo y bajando cerros y huacas, siendo un vaquero.
Como el oro de los Incas no aparecía, se encargo a los Estados Unidos, un detector de metales carísimo, el armatoste fue desembarcado en el puerto de Cerro Azul y traído en automóvil hasta la hacienda; a partir de ese día todo se hacia científicamente, se dividió el plano de la huaca en veinticuatro sectores semicirculares, que se inspeccionaban con el detector uno por día minuciosamente, pero nada de encontrar oro o ninguna otra clase de tesoro, como al veinteavo día, la cosa esa, se volvió loca hacia ruidos, los diales movían sus manecillas para arriba y para abajo, un revuelo de la gran flauta, se empezó a cavar con ímpetu, como a dos metros de profundidad, las lampas tropezaron con algo metálico, se redoblaron los esfuerzos para no dañar la reliquia arqueológica por descubrirse, a las finales se empezó a excavar con las manos, para ser mas gentiles con el descubrimiento; finalmente la paila de cobre, de hacer chicharrones, perdida hacia veinte días, volvió a ver la luz del sol, mientras mi padre se destornillaba de la risa; creo que mis padres realmente se amaban, porque no hubo divorcio.
—o—
Los automóviles fueron estacionados donde terminaban los cultivos y empezaba la arena, en el valle de Surco cargando las carpas, agua, comida, colchones y herramientas caminamos durante dos horas los cuatro kilómetros hasta las rompientes; se dividieron en grupos para buscar la cueva, los farallones tenían como dos mil o tres mil metros de largo, yo no entendía cual era el juego, no tenia sentido para mi, caminar como un tonto a lo largo de las rocas buscando, sabe Dios que cosa, me fui a meterme en el agua, estaba fría, pero era rico; una gritadera…. Lo encontraron, las carpas se armaron cerca de la cueva que estaba media cubierta por la arena; hasta el día de hoy me acuerdo.
Después que lampearon la arena que cubría la entrada, esta era una oquedad de unos dos o tres metros de profundidad, por cinco o seis de largo y tres de altura en el granito del cerro, alguien había a cincel marcado una gran X en la parte superior, hacia el fondo habían M’s, X’s, V’s y I’s, en alguna numeración romana, que no recuerdo; los integrantes del grupo creían que se trataba de alguna clase de mensaje indescifrable sin la clave.
Como era muy tarde y las lámparas de kerosén que se habían llevado no daban muy buena luz, nos fuimos a la carpa grande a comer lo que había cocinado la domestica; el comentario generalizado fue acerca de la riqueza inconmensurable, que teníamos al alcance de las manos. Luego de la comida, en la sobre mesa se jugo Rocambor y otros juegos de casino.
A la media noche me despertó el ruido de mi madre reprimiendo a mi hermana Carmen, por haberse perdido entre las rocas con su novio el Cholo Arias, se tuvieron que casar dos meses mas tarde (he jurado decir la verdad), parece que la cumbiamba viene de familia.
Al día siguiente, se termino de sacar la arena del piso de la cueva, se hizo evidente un túnel circular como de cuarenta centímetros de ancho, muy oscuro de donde salía aire, al compás de las olas reventando en la escollera por un hueco más o menos grande en la parte inferior. Con las lámparas de querosén se lograba vislumbrar algo al fondo del túnel, pero sin precisar que era, el algo estaba fuera del alcance de las manos y la luz no era suficiente, la linterna eléctrica que se había llevado, por error de algún tonto, estuvo quedado prendida toda la noche y no alumbraba.
Se decidió, mejor dicho decidieron que alguien fuera a comprar baterías para la linterna, mientras el grupo seguía explorando, mi hermana Carmen seguía llorando por el incidente de anoche y el Cholo Arias había desaparecido; nos fuimos a mojar los pies en el mar y luego a pescar desde las rocas.
Era bastante tarde cuando volvieron con las baterías, iluminando el túnel, se podía ver un papel enrollado al fondo sobre una cornisa, el más flaco de todos, intento entrar al túnel pero este era muy angosto, por el esfuerzo se araño los brazos y finalmente desistió.
Al día siguiente, se intento anchar el túnel con picos y barretas, pero el granito era muy duro y hubo que desistir.
Por supuesto, ustedes saben que paso; me agarraron a mí, el mas chiquito, para que me metiera a sacar el pergamino, me resistí como los machos, pero eran muchos contra mi, incluso mi madre se me volteo, no tuve opción.
Me amarraron una cuerda a la cintura, y me metí al túnel, el aire salía bien fuerte del hueco inferior y subía como por una chimenea hacia un hueco superior, invisible desde afuera, yo me moria de miedo, todo oscuro, la luz de la linterna era tapada por mi cuerpo, el túnel me oprimía por lo estrecho, tenia que arrastrarme, de afuera me empujaban y apuraban, todos estaban excitados por el hallazgo, pasar el hueco inferior costo mucho por mi miedo a caer, llegue al pergamino, se sentía como cartulina, lo tome en mi mano y empecé a salir, pero yo tenia solo ocho años, que carajó quieren, se me cayo el maldito derrotero por el hueco inferior y el Tesoro de los Jesuitas se fue a la mierda.
Solo entre tú y yo, creo que el Tesoro era Pirata.
Verano del 2003. |