Necesito de ti, de tu áurea sumergida en el torrente de mi cabellera, de las calles abiertas en tu boca arropando mis senderos, deambulando desnudas de otras manos. Necesito rozar el aire que te envuelve, acariciarte sin aliento, aletargar ese estallido ondulado en las entrañas, cimbrarte en otras latitudes de quejidos como una gota silenciosa ante las almas. Necesito de tus labios desafiando la dureza, libando las prístinas sentencias de mis pechos tendidos en el agitado vino de tu esperma. Te necesito oblicuo, desafiante, íntegro, erecto sobre la bruma de tu semen, sofocante, permisivo, como una cadencia de los dioses agotada en mí, furioso, deshaciendo el lecho de mis cauces, paralelo, etéreo, sustancioso, murmurando las secuencias. Dentro, hurgando entre las vísceras, descendiendo los segmentos de mis vértebras, enardecido, cruel, pulverizando los sentidos que nadan con las lenguas, cómplice, testigo, ejecutor de los semblantes, abrasivo, así, encendiendo el paso de mi sangre hacia la desembocadura de tu río. Amante, verdugo, rey, bajo los labios que engendran este abismo, perdida ante las aguas de tu piel, temerosa, alerta de tu boca, umbral infinito de fronteras como un eco de las lunas declinando en la llanura de mi vientre.
Ana Cecilia.
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