Vendió los últimos restos del naufragio: la cómoda de estilo, las camas marineras, la mesita de luz.
Vendió la ropa vieja. Vendió la bisutería que tenía la costumbre de querer hacer pasar por alhajas. Cuando ya no le quedaba nada que vender, vendió la ropa que llevaba puesta.
Y así, envuelta en un toallón, subió a la terraza de la casa devastada. Se acostó sobre el piso frío, y se dejó consumir por el resplandor de la luna.
Texto agregado el 25-04-2005, y leído por 251
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