Una noche estrellada


Cae el sol en el horizonte.
Se prenden lentamente las luces del lejano pueblo y voy por el camino de la montaña hacia mi casa.
El sendero da vueltas, en cada recodo una estrella me guía, sigo monte abajo pensando que él me espera.
En el pueblo las luces titilan y yo las miro, con mis cinco sentidos atentos
Es un camino largo, los árboles me abrazan con sus sombras; las piedras, de vez en cuando desprendidas, ruedan con un sonido áspero
Sigo andando, las estrellas muy brillantes juegan en el cielo negro: Cruz del Sur, Osa Mayor, Lucero del Alba. ¡Qué lejanas y frías se ven!
Sigo lenta y pausadamente, busco una rama perfumada, la huelo, me traslado a otro tiempo, ya lejano, ese olor de lavanda me recuerda algo feliz.
Continúo, las luces se acercan y alejan en las curvas del camino. Estoy cansada, me siento y toco la tierra húmeda y complaciente entre mis manos alfareras. Recuerdo otras manos en las mías, quizás aún me esperan. Me levanto y sigo hacia su encuentro.
Escucho las voces del bosque que ya son mis amigas; distingo el rumor de las hojas hablando con la brisa, los perfumes de los musgos pisados, las sombras que juegan a las escondidas con la luna.
Saboreo lentamente unas moras mientras voy por el sendero. Las luces están cada vez más cerca. Ya se avizoran los perfiles de las casas en el valle.
Bajo corriendo el último tramo, llego a mi puerta, el corazón me late agitado. Abro, la chimenea encendida chisporrotea alegre. Entro, él duerme como un tronco desde hace horas y ni se entera que he llegado.
Me siento sobre un almohadón y lo miro, lo miro largamente, mientras me pregunto: ¿qué le ví alguna vez?