Tanto que no quise palpitarte
que me zafé de las uñas de tu sombra
y me burlé haciendo un quiebro de cintura
(admitamos, por cierto, que algo torpe)
de la jodida inyección de tu mirada

tanto que temía despeñarme
del fiel equilibrado en mi balanza
por la ladera que marca tu sonrisa
que te transforma la cara en un segundo
para darme el oportuno empujoncito

tanto que me esforcé en poner distancia,
puertas al campo abierto, al mar exclusas,
una barrera de alambres de espino
con su foso, sus torres, con sus minas
que protegieran este centro mío
tan temblón, tan triste y solitario

que ahora cuando te miro, o lo que queda,
mirando al objetivo y sin mirarme
se me escapa de las manos un lamento
- que cruce el aire y, por favor, te llegue -
maldiciendo que no haya habido más
que una imagen cuajada en una foto