L A S O M B R A
La mujer acomodó por enésima vez la ropa en la valija, repasó mentalmente si tenía todo lo necesario en su bolso: documentos, dinero, pasaje, artículos varios imprescindibles para el maquillaje y aseo durante el viaje, que preveía largo.
Echó una mirada a su alrededor, ¿Cuándo volvería a ese lugar? Y con ademán resuelto cerró la puerta con llave, una llave historiada, muy antigua, igual que la casa y el jardín.
Atrás dejaba si éxito artístico de muchos años, la lucha por sobresalir, la fama lograda peldaño a peldaño, esforzándose por dar lo mejor de sí misma en el escenario.
Atrás dejaba su errada vida juvenil: su matrimonio, la oposición familiar al teatro, un esposo que se fue, llevándose a la única hija que tenían, sin dejar rastros.
Luego… soledad.
La tierra se tragó a ambos; mientras ella luchaba representando mil mujeres distintas para el público y en la privacidad encargaba a detectives y entidades de desaparecidos la búsqueda de la niña.
Nunca se halló una pista segura, nunca nadie la llamó para decirle algo esperanzador.
Sólo después de veinticinco años, supo, a través de un diario visto al azar, que la vieja casa de la familia de su marido iba a ser rematada. Era la herencia para su hija, si aún vivía, por ello y sin dudar, dio órdenes precisas a su administrador: ¡Comprar al precio que fuese! Derruída, arruinada, pero llena de recuerdos de una breve etapa feliz de su vida., cuando aún pensaba que su matrimonio y el teatro serían compatibles. ¡Ella debía ser la dueña!.
La vida le concedió fama y gloria. Desdémona, Laurencia, Juana la loca y mil mujeres más encarnaron en ella a la perfección. En su interior, había un vacío que nunca lograría llenar el éxito: ¿dónde estaba su hija?
Los hombres que a ella se acercaron, se dieron con una estatua de hielo. Impasible sonreía, aceptaba halagos y huía de los compromisos.
Mientras guardaba cuidadosamente la llave en un pequeño monedero repasó rápidamente su vida y sonrió, al menos, la casa que restaurada que iba quedando a sus espaldas, era algo tangible.
Recordó una vieja leyenda sefaradí, que contaba su abuela: los judíos echados de España guardaban, en un rincón de sus casas de desterrados, la llave que abría el viejo hogar peninsular. Algún día volverían; algún día ellas volverían al lugar propio, cuya llave estaba en su mano.
Llegó a la Estación de ómnibus y subió al coche cama, prescindía del avión para pasar inadvertida. Sonrió nuevamente, mientras miraba el andar apurado de las gentes buscando sus destinos.
La muchacha cerró sus valijas, acomodó en el maletín de mano útiles de aseo y maquillaje. Repasó mentalmente los pasos a dar en las próximas horas.
Un poco atontada por la reciente muerte de su padre, ese casi desconocido, había llegado y ahora partía de Tucumán, luego de poner en orden algunas cosas. Breves estancias en la provincia era todo lo que ella recordaba, recuerdos cortados por largas estadías mientras fue niña, en colegios caros, y de mayor Londres y Estados Unidos.
relación con su padre se reducía a visitas casi formales en las que él siempre dejaba en claro su preocupación por ella, pero el afecto que esperaba, nunca se manifestó.
Un día hubo una llamada urgente: un ataque cardíaco estaba acabando con su vida, no había recuperación, por lo tanto ella debía viajar. Tal vez ahora, al borde del fin podría saber algo.
Toda su vida estuvo rodeada de un halo de misterio. No tuvo abuelos, ni primos, ni tíos. Su mamá murió joven y apenas la recordaba, pero sí recordaba el dolor salvaje del hombre que, sin consuelo, se dedicó al trabajo, dejando a su hija en manos de niñeras, de colegios y universidades, pero siempre lejos de él.
Cuando ella ya crecida, se animaba a hacer preguntas, el velo que cubría todo se hacía más espeso. Quizás ahora, cerca del final, él hablaría de su pasado.
No fue así, murió con sus secretos y ahora la muchacha partía llevando una caja de antiguas fotos de ella con sus padres, un album de recortes de una famosa actriz ¿tal vez algún amor oculto, no realizado? que la había intrigado, y algunos recuerdos personales.
Decidió dejar la casa, los negocios heredados y buscar, por una extraña corazonada, a esa mujer que tal vez pudiese contarle algo sobre su familia.
Subió al ómnibus. Al fin podía elegir y no usar aviones que la asustaban desde su infancia. Cuando el vehículo arrancó, no miró atrás.
Sus dedos tocaron algo frío en su cartera ¡era la llave de forma extraña, que siempre vio sobre el escritorio del padre! La había guardado sólo por sentimentalismo. ¿Sería un presagio? Cerró los ojos y se dispuso a disfrutar del viaje.
La sombra sonrió y apuró su vuelo, desde que volvió al mundo con una meta estaba esperando el momento propicio. Ya estaba cansada de dar vueltas, aguardando la hora de regresar a su nube.
¡ Lo peor era la llave herrumbrada que acarreaba desde hacía mucho, y que siempre estaba a punto de perder, porque no se convertía en invisible, por más que ella hacía toda clase de trucos!
Le habían encargado, en el más allá, reunir a dos personas, y sin más datos la mandaron a la tierra, la chica era una…la otra… un misterio. En algún momento le iban a llegar más indicaciones, le dijeron, pero de esto hacía mucho tiempo y no pasaba nada.
Bostezó aburrida, estaban llegando a una parada, se distrajo un momento y de pronto vio que la muchacha abordaba otro ómnibus, salió por la ventanilla, que se rompió con la maldita llave, ante el pánico de los pasajeros que creyeron que era una piedra y subió como pudo al otro vehículo.
Una mujer mayor retocaba su maquillaje en el primer asiento, detrás la joven se había sentado y acomodaba algo en su bolso.
De pronto, la sombra, se vio vestida de azafata de a bordo, con ridículo gorrito, pero decidió que no era importante su aspecto sino acabar con el tema cuanto antes. ¡El ansiado momento había llegado y las órdenes no aparecían. No se le ocurría que hacer, las comunicaciones con el más allá tenían interferencias,¡malditas privatizaciones!
Se decidió, ¡ahora o nunca! Pensó un momento, escribió rápidamente algunas palabras en sendas hojas (por suerte se acordaba cómo hacerlo) y entregó a ambas los papeles escritos.
La mujer leyó el suyo, la muchacha también. Ambas quedaron pensativas.
Al llegar a destino se dirigieron hacia una cabina de teléfono, delante de la puerta las dos se enfrentaron y allí sobre la repisa vieron, brillante a pesar del herrumbre, una llave igual a la que ellas tenían.
Sólo en ese momento descubrieron que con ella podrían abrir la puerta del pasado y reencontrarse.
La azafata-sombra sonrió nuevamente, volvería nuevamente a su forma fantasmal y podría tomar la próxima ráfaga de viento. Esta noche descansaría, por fin, en una nube doble. Se la había ganado, sin duda alguna
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