Ahora que estoy ante tu tumba no, ya no puedo llorar. Se me acabaron las lágrimas mi amor, te las llevaste de a poquitos, sin que te des cuenta, haciéndome llorar a escondidas, en las noches, a solas. No he podido recordar cuántas veces me hiciste llorar, con ese dolor de llaga abierta rasgando mi alma. Y no te he dicho nada. Sola, quebrada y desolada he soportado este veneno que me has dado de beber día a día, hasta hoy que estás muerto.
Me han dolido esas espinas adornadas de palabras, esas tus manos gigantes sin cariño, esos látigos de violencia en tus ojos. Ese dolor humilla, lacera, desgarra. ¿Quién he sido para ti? Un despojo hediondo, trastero de tu insanía, escoria que eliminar. Dispuesta a recibir tus vejámenes me levanté todos los días, agachando la mirada, huyendo de tus golpes, sintiendo tus feroces insultos buscando un rincón para poder llorar. Día tras día, golpe tras golpe, insulto tras insulto, sin descansar, sin parar, sin cambiar. Y ahí yo en mi desgracia, mezclando mi rabia con mi sangre, mi impotencia con mis lágrimas, fui apagando mi vida sin vida.
Y te moriste. Hoy la casa está en silencio, vociferas y no te escucho, nadie te escucha, golpeas y no te siento, quiero llorar y no tengo lágrimas. Contigo se van esos demonios que me aterrorizaron, esos monstruos que destrozaron mi cuerpo, mi alma, mi todo.
Con temor he abierto las ventanas hoy y el sol ha entrado con fuerza, he reído tanto que casi enloquecí, me he vestido de negro cantando y hasta he gritado, me vi en el espejo y me vi joven, linda, feliz. Estoy ante tu tumba y sólo pienso en el mar. Tú estas muerto y yo estoy más viva que nunca.
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