TINTA-
La hoja blanca ansiosa de tinta, de figuras simétricas, correctamente redactadas y yo sólo sé de manchas, mugre acumulada que limpio cuando vomito mi falta de fe, pues no me sirve la escalera que invento en la mañana en que convencida llego al cielo y atrapo el aire que me falta con los puños, entonces mis palmas sangran, heridas por mis uñas en un apretar mezquino, para que nadie me arrebate lo único que me mantiene en pie, ese aire que guardo en mi bolso, el que saco y aspiro como una droga maldita, para mantenerme en este mundo y saber de ti, ¿ un poco?, ¡Que importa cuánto!, Sólo saber que estás.
Una palabra tuya me devuelve sonrisas.
Tus letras, el marcapasos de un corazón agónico, la montura en que cabalgo.
De tu palabra como, camino, duermo... tu palabra, hija de tu mano, dibujó para mí el sol, figura de luna que habito al anochecer en que hemos sido un solo cuerpo jadeante, sediento, ardiente, descubierto.
Noches de sinrazones y esperanzas...
En hojas blancas se escribe la torpeza, se caminan veredas y se escapan los gemidos.
La tinta sin pudores se deleita en el placer, inventa signos para acariciar y lamer lo inalcanzable.
Con el tintero en las venas, la falta en saliva y el abecedario encarcelado se despedazan las señales, al calor de mi mano se quema papel, el aire me cae en los pies y ni aún así conozco tu piedad.
Hoy, en el claustro de una hoja en blanco y sumergida en charcos de tinta, arráncame este desquiciamiento que unta mis dedos, desfigura mi rostro, me tiñe toda y ni aún así soy capaz de escribirme entera.
Sacúdeme como hoja limpia, liviana, vacía, y hecha añicos lánzame a la basura.
Será la guarida de este amor fugitivo, ahí se multiplicarán las raíces grabadas de un nombre y sus dos géneros, sácalo de ahí cuando te mires y no encuentres, cuando de tanto acariciar las sombras se llaguen tus manos.
Búscalo cuando mi voz sea el ruido de parques, tecleo de tu máquina, llanto de niño y gemidos de mujer.
Abrázame.
Guardame
Como araña enredada entre tus líneas tejo tela, para abrigar tu corazón, sin ella no hay latidos, sólo goterones de sangre coagulada vaciándolo, frío,
inerte.
Ser desertor de esta batalla, ha sido tu juego y tu condena.
Acá espero,
donde me dejaste,
Callada,
para que nadie me descubra y me saque de esta cloaca de tinta y manuscritos
donde me revuelco
en tu recuerdo.
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