Nunca debería haberme conocido. Yo soy presurosa, despreocupada y displicente, totalmente. El piensa en compromisos y lazos, quiere tenerme para siempre, como si fuera de su propiedad, y eso a mí me ahoga, no lo entiende, no puede comprender que me colapsa y me hace voltear el rostro cuando miro sus ojos que quieren saber todo, absolutamente todo lo que dicen los míos. Tengo secretos, me encanta tenerlos, y dejarlos escapar a islas disimuladas cuando se me antoja. Eso es lo otro, soy caprichosa y enamoradiza del viento y de las hojas amarillas. Puedo enamorarme mil veces del aroma húmedo del lodo. Él podría enamorarse mil veces de mí, lo sé, no es modestia, tampoco es vanidad; simplemente lo sé, no me lo ha dicho, no dice las cosas que quiere.
Yo tampoco entiendo algunas cosas, como sus planes topográficos, la construcción prematura de un mundo eterno, y el ser como soy. Como soy, lo entiendo, pero a modo interior. No puedo definirlo. No puedo darle una hoja de vida, inconclusa. Si puedo, puedo, y ese es el problema. Yo puedo sonreír y luego llorar, de puro gusto. Desconcertante. No le gusta, soy así, desconcertante. No soy para siempre, no podría ser para él toda la vida. Imposible.
Y otra vez no calza el inicio con el final, como zapato sin suela o río sin agua. |