Si tuvieras el valor necesario para mirar atrás, te darías cuenta de que no eres ni una sombra de lo que fuiste, ni una malograda caricatura de ese ser esperpéntico, pero humano, que antes paseabas por tu vida. Podías sentirte orgulloso de ser como querías, y no como a los demás les gustaría que fueras, es estúpido complacer a todos si con ello sales perjudicado. Pero llegó el invierno, con luces que lo disfrazaron de primavera, todo el mundo te escuchaba porque siempre tenías algo que decir. De pronto te pareció estúpido ser fiel a tu forma de pensar, -nadie lo era- decías para consolarte, y la gente te quería mientras tú ibas odiándote cada día más. Cerraste tu corazón, para evitar hacer daño, o eso te querías creer, y quedaste ciego y expuesto a la soledad –lo que provocó quemaduras en tu autoestima. Defraudaste a los únicos que te querían, que por otro lado es a los únicos que se puede defraudar; pero parece ser que para los demás eras algo importante.
Pero como todo lo que nos da alegrías en esta vida, terminará, y a ti no te habrá dado tantas como te fueron prometidas. Y llegará un tiempo en el que nadie te mirará a los ojos sin meterte un dedo en ellos primero, te encontrarás en un sofá derrotado con la losa de la edad en las piernas y la de haberse equivocado en la cabeza. A partir de ese momento empezarás a preocuparte por no haber vivido, y sólo tendrás reproches y exabruptos para contigo; pero será tarde, y seguro que siempre encuentras a alguien que te recuerde: Te lo advertí. |