Un profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona, Romà Gubern, defendía hace años en un artículo que el porno, a diferencia del erotismo, es honesto. Para Gubern el erotismo es (o era, que vete a saber qué piensa a estas alturas) una manifestación de la mentalidad burguesa reaccionaria, ya que el acto sexual se tapa, se camufla, se menciona siempre de forma indirecta. En cambio en la pornografía el acto sexual se muestra tal y como es, ya que el porno se basa en la genitalidad: es decir, sin la visión clara de los órganos sexuales en contacto, no puede calificarse como pornográfico.
Mucho más recientemente, una feminista norteamericana cuyo nombre no recuerdo, defendía el papel de la mujer en las películas pornográficas ya que en estas la mujer se la puede ver disfrutando del placer sexual, algo vetado por las mentalidades tradicionalmente conservadoras.
Son dos puntos de vista de intelectuales de izquierda que han defendido la pornografía. En el caso de Gubern, su argumento peca quizá de una óptica sesentera-setentera. Eso de tachar el erotismo como “burgués” ahora quizá nos produzca cierto sonrojo cómplice, pero difícilmente sea un argumento de peso cuando hasta el propio Lenin admitió la necesidad de acaudalar los dos mil años de cultura burguesa para hacer la revolución. Y respecto a que es honesto... bueno, sí, es cierto que en una película porno las penetraciones son penetraciones, ya... pero... ¿realmente se pueden calificar como honestas –en el sentido de sinceras- las películas de ficción? Es más, ¿acaso importa? ¿Es que una película de amor es mejor si los protagonistas se aman de verdad en la vida real? ¿O deberíamos someter al maltrato físico más aberrante a los actores en las películas de acción y violencia en aras de la honestidad?
Respecto al segundo argumento, en el que se dice que las mujeres disfrutan... Sí, en parte es cierto. Y digo bien, en parte. Porque la mayoría de las películas porno, sino todas, lo que se desarrolla en la pantalla es una manifestación de las fantasías masculinas. Y si bien la mujer parece disfrutar, no importa el orgasmo de ella, hasta el punto que el final de una escena habitual en el porno es el chico corriéndose (es decir, alcanzando el orgasmo) sobre ella, en un claro gesto de dominación del macho. Vamos, que el porno tampoco se libra del machismo imperante, vaya por Dios.
Por otro lado, la pornografía también recibe críticas desde posturas progresistas (no menciono las posturas reaccionarias: doy por hecho que estas menosprecian el porno, aunque luego lo vean a escondidas) por difundir una sexualidad distorsionada, con protagonistas, posturas y arquetipos alejados de la realidad común, y con unos argumentos y una calidad artística que brillan por su ausencia cuando no insulta a la inteligencia.
Y sí, es cierto que en el porno la voluntad artística es nula, que las historias suelen ser meras excusas para presentarnos a unas hembras en celo –a veces de cuerpos imposibles; perdón, de cuerpos posibles gracias a la cirugía- y de machos fornidos dotados de una tercera pierna practicando el –por otro lado- saludable ejercicio del fornicio. Pero tampoco vamos a dramatizar. Los usuarios a estas críticas a veces se olvidan que el porno va dirigido a consumidores adultos. Ergo, plenamente capacitados de ver la mayor memez que les dé la real gana.
Y es que todos estos argumentos son válidos como opiniones, y todos pueden ser interesantes. Pero respecto a los contenidos del porno no veo mayor discusión: que cada uno haga lo que quiera. Ni creo que sea algo que defender a capa y espada, ni tampoco es cuestión de apedrear a nadie, cual ultraortodoxo judío en sábat. Las películas pornográficas son eso, juguetes sexuales en forma de película. ¿Acaso alguien se imagina criticando la honestidad o la veracidad de un vibrador o de una muñeca inflable? Quien se divierta viéndolas, que lo haga. Y quien no, pues no, sin sentirse mojigato por ello. Que esta es otra moda estúpida: parece ser que al que no le gusta el porno es porque tiene una mentalidad sexual de monja de clausura, por lo menos, como si ser consumidor de pornografía fuera ser progresista, moderno o abierto de miras, cuando lo porno no se dirige nunca a la mente sino a los genitales.
Lo único preocupante de verdad en todo este tema es que se utilicen niños, que gracias al dinero que produce se puedan crear redes de trata de mujeres, de prostitución encubierta, de explotación de seres humanos por otros seres humanos.
Y bueno, sí, los argumentos, que son idiotas.
¿Pero han probado a ver alguna de las películas de Steven Seagal? ¡Seamos honestos, por favor...!
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