Paseaba un día por los prados inermes de los días calurosos de abril, estaba a punto de irme cuando cuando le ví de frente y como un rayo me miró, hizo como que no le importaba y mis sueños transtornó.
Mantuve el paso en su ardua busca y volvimos a encontrarnos, aves rodeaban nuestro forzado encuentro y el ruido no cesaba, pero pude distinguir su canto, triste y decepcionado, lleno de desengaño y vacío de amor.
Deambuló y me dejó esperando, estaba triste. Flotó durante breves segundos que me alcanzaron para olerle, me impregnó el aroma del deseo que no encuentra correspondencia, escuché sus ojos tristes volver a mirarme, pero estaba ocupado recogiendo otras flores después de haberla confundido y besado.
Sentí el roce de su dolor, me fragué con su pena y me desperté con su forma ondulada alejándose de mi encuentro, yo me dedicaba a escribirle mil cantos para que su llanto cesara, él de nuevo mancho sus ilusiones y ella se limitó a conformarse con esa enferma forma de amor...
No le dije nada, ¿quien era yo sino un extraño que no podía sus cuitas borrar? Me limite a bajar la vista intentando concentrame en otra cosa y me puse a murmurar, pero no pude evitarlo a cada paso y la quise abrazar, se esfumó vaporizada entre las risas de un par de ninfas.
El calor no retrocedía y seguí mi camino por las sombras que me dan su abrigo, seguí el sendero petreo tras el fin de mi andar, y al llegar hasta donde escribo, ya había olvidado su rostro, pero no la forma que tomaba su dolor, ni su triste andar.
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