Querido e idolatrado Dios:
Quizá ésta sea unas de las millones de cartas que te llegan todos los días y la termine leyendo con cierto desdén y no sin una cuota de disgusto o quizá la termine archivando en medio de otras epístolas cuyo único fin es hacerte llegar interminables peticiones. Lo más seguro que haga lo ultimo y permítame decirte que te entiendo. Por otro lado, si por motivo del azar, (y perdóname por meter el Azar en esto) leas estas escasas líneas, quisiera que sepas cuan desesperado me encuentro y las innumerables veces que he intentado revertir mi suerte con muy poca fortuna, al contrario mi lastimosa situación acaba agravándose y no llega el momento que sienta el fondo del insondable pozo que por obra del maligno estoy cayendo.
Hacer una sinopsis de cada una de mis desdicha y describir el tamaño de tremenda cruz que han puesto sobre mis hombros estaría de más por que tu oh Grandísimo mejor que nadie sabe de todos mis sufrimientos y que desde mi nacimiento no he tenido un segundo de dicha. La felicidad resulta para mí un concepto tan abstruso y utópico que ya me he resignado a no codiciarla. Amanezco en las tiniebla absolutas de mi miseria. Las infinitas pruebas en la que me he visto forzado a pasarlas ni el mismo Job, estoy seguro, ha tenido el infortunio de padecerlas. Yo las sufro con un estoicismo admirable Sin embargo me siento en la obligación de decirte, y trataré de ser cuidadoso con mis palabras para que no dejar la impresión de una amenaza (quién soy yo, insignificante mortal, para tremenda desfachatez) que mi paciencia, que yo la consideraba infinita, han pisado sus linderos, y esto a llevado a cuestionar mi fe y sentirme tentado por las ventajas de otras religiones
Discúlpame (o mejor dicho perdóname) por ahondar en detalles: La vez pasada un compañero de trabajo me contó un chiste sobre un hombre desdichado con un final
obviamente hilarante que todos los ahí presentes se rieron de muy buen gusto, menos yo Padre mío; fue inevitable que me sintiese identificado con el protagonista del chiste y en vez de causarme gracia termine llorando con amargura y acompañado con un insoslayable sentimiento de autocompasión
Entonces para no extender más mi encíclica y estando tú, Él que todo lo puede, al tanto de cada segundo de mi vida te escribo el propósito de la misma. Tengo yo la total certidumbre que el inventario sinfín de mis problemas se solucionan con algo, y disculpa por ser tan brusco en decirlo, de cobre. Sí, con treinta mil soles puedo rehacer mi vida y lograr ser un hombre nuevo y agradecido en la eternidad al Creador y mi Señor.
Me resulta penoso pedirte dinero ya que debes estar pensando que por tener (supuestamente) un espíritu cicatero no merezco tu infinita misericordia, mas sin embargo las circunstancias salen en mi defensa y el camino tomado no es el elegido.
Es triste tasar mi satisfacción espiritual con un valor monetario y reconocer que mi dicha se compra con algunas monedas. Esta es la realidad y yo la he aceptado
Éste es el último intento de buscar un mínimo de alegría. El manotazo final de un asfixiado cuyo pulmones están atiborrado de desesperanza y se resiste a morir sin llegar a conocer, a sentir, palpar, aunque sea un instante antes de su óbito, la tan inhóspita felicidad.
Lo arriba escrito más que un petitorio de ese vil metal, cuya existencia sólo ha hecho que la humanidad se degrade cada día más, es una revancha que humildemente te pido. Una revancha frente al sempiterno dolor que me ha acompañado desde el vientre de mi difunta madre y creo, sin que esto se lea como una irreverencia de mi parte, me lo merezco con creces.
Post data:
Si decides romper el nudo que me ata a la pesada piedra de mi realidad, y si no es mucha molestia, mándame el dinero en moneda nacional, ya que el dólar se está devaluando de una manera espantosa y además de un exaltado sentimiento patriota que siempre me ha caracterizado.
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