Uno más.
Techo de chapa, sonido de cumbia y un frío que carcome los huesos y obliga a hacerse un bollito cada vez más pequeño en la cama son las primeras sensaciones de José Luis Heredia al despertar.
El sonido de la cumbia es ineludible y al mismo tiempo una ayuda para empezar el día más despabilado. Es sábado, y como de costumbre no sabe que hacer, el no tiene a nadie para compartir más que su soledad, así que decide intentar mezclarse entre los muchachos de la villa, aunque sabe que una vez más su intento será todo un fracaso; sabe muy bien que más allá de la gorrita y las zapatillas bien desajustadas el no es uno más de nuestra barra.
Entre los habitantes de este barrio humilde de Pompeya, se destacan el Yoni, por su destreza de malabarista en los potreros; la Gladis, belleza indiscutible del barrio y el Tumba, figura más respetada del barrio, al que nadie osa discutir su autoridad y sobre el cual se inscriben varias leyendas sobre atracos con la ley; pero no José Luis, el no se destaca, pasa inadvertido, casi como si solo fuera un fantasma que merodea la villa, al que todos lo ven, pero nadie conoce y aunque en su rostro pueda notarse cierto aire a conformismo no es lo que realmente siente en su interior.
José Luis convive con un trabajo indigno, como todos aquellos que se consiguen cuando vivís en la villa, y carga con la tristeza de estar solo en el mundo, sin su madre desde que tiene memoria, y sin su padre, que más allá de que siempre fue su mejor amigo, solo le dejo una confusa frase que dijo con su último aliento y hoy retumba en su cabeza; que tiene aires de enseñanza y consejo al mismo tiempo, pero que el todavía no puede descifrar.
Por lo general los sábados José Luis se prende en los picados de la canchita del fondo, pero solo para mirarlos desde la tribuna, nunca era un invitado para compartir un partido; por lo que fue raro no encontrarlo en las gradas este fin de semana. Cansado de la monotonía de su vida y de los fines de semana decidió pasear, matar el tiempo de alguna manera oportuna, y para ello salió de la villa; obviamente sin que nadie lo notará, pues normalmente nadie se preguntaba por el si no lo veían; algunas veces odia los fines de semana, no sabe que hacer, prefiere estar trabajando que el andar divagando por ahí; tenía antojo de pizza así que se tomo el colectivo y se bajo en corrientes, camino un poco por Chacarita, finalmente pudo saciar su antojo en un bar donde el tango que sonaba en la radio AM parecía entristecer más su vida; cuando por fin termino su comida sintió el frío que otorga la sobremesa cuando uno come solo y empezó a caminar, por cualquier calle , todas daban igual para el, y cuando se creyó perdido pudo chocarse frente al abasto, ese viejo y querido mercado que alguna vez supo se orgullo, ahora al verlo abandonado le produjo una nostalgia que le erizo la piel. Decidió dar una vuelta manzana, y sin proponérselo comenzó a imaginar la vida en las épocas gloriosas de ese gigante de cemento, imaginaba a la gente empujando sus carros y llevándose su comida para sus familias; hasta que una voz desesperada interrumpió su somnolencia:
_ Por favor présteme su buzo…
Volvió su vista hacia abajo y lo vio: viejo, sucio, despeinado y muy abrigado.
_ me muero de frío, por favor… (volvió a escuchar)
No lo pensó ni un segundo y se dispuso a quitarse el único abrigo que llevaba puesto, pero cuando ya estaba casi fuera de su cuerpo aquella persona ya no tenia fuerzas para seguir hablando, ni tampoco para respirar.
Al ver la muerte de este personaje callejero no pudo evitar el recuerdo de su padre y su frase empezó a retumbar en su cabeza:
_ “Hijo, ahora te encontraras solo en este mundo, y tu te deberás hacer valer por ti mismo, ten cuidado con las cosas con las que te relaciones, pues son muchos los beneficios que te pueden traer, pero también pueden quitarte más de lo que te imaginas…”
Ese recuerdo produjo que una lágrima recorriera su mejilla, y mientras intentaba dejar de perder llantos, recogió la campera de aquel difunto viejo y decidió volver a su casa.
Al entra a la villa con el abrigo colgado de su brazo sintió por primera vez en su vida que era observado, no pudimos evitar mirarlo y los niños corrían alrededor de él pidiéndole que les muestre su abrigo, fue tanto el revuelo que se armo que hasta la Gladis lo saludo.
Quizás fue muy repentino o quizás fue que ya estaba acostumbrado a estar solo que José Luis se encerró en su casilla y no dejo pasar a nadie; ya en la soledad de su pieza creyó entender las palabras de su padre, pero al recordarlo se dio cuenta de la soledad por lo triste que era su vida, y vio en el placard a la solución para todos sus problemas; camino enceguecido hacia él, puso como excusa el frío que el mismo sabia que ya no sentía; se dispuso a probárselo y una emoción si igual recorría su pecho, pues su vida estaba a punto de comenzar un viaje sin retorno hacia su felicidad, y estaba convencido de que en ese mismo instante pasaría a ser uno más.
Puedo asegurar que su cara sonreía, estaba feliz, parecía disfrutar de ese momento, tanto que se lo probaba con una lentitud admirable. Al probarse el abrigo primero sintió la suavidad de su tela, luego cuando sus dos brazos ya se encontraban dentro de la prenda supo que el talle era perfecto para él, comenzó a abrochárselo y su mente ya estaba en otro lado, no coordinaba los movimientos de sus manos ya que solo podía imaginar a estas tomado el picaporte para poder salir a su nueva vida.
Cuando el último botón fue abrochado por José Luis no hubieron picaportes por abrir, ni vidas nuevas que comenzar, solo existió un segundo en su mente en el que supo por primera vez que comenzaba a ser uno más, uno más de las victimas del abrigo.
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