En la esquina, abajo, junto a la cesta donde generalmente no había basura debido a su pésima puntería, jugaban movidas por la inercia que aun les quedaba las hojas de papel heridas en combate, con manchas de tinta, lagrimas, café y parcialmente arrugadas, muchos grupos de ellas estaban esparcidos por los puntos cardinales de ese cuarto amontonadas casi metódicamente formando montículos de similar tamaño.
La habitación hedía a san alejo, la escasa luz que se colaba a través de las cortinas sucias por el polvo no permitía que las siluetas se definieran totalmente, había un muro lleno de dibujos, muchos de ellos hechos a lápiz; demonios, mujeres desnudas, caricaturas y un rostro que se repetía una y otra vez, en una de las hojas el rostro sonreía y dejaba ver sus dientes brillantes, en otra que estaba junto a la anterior el rostro lloraba, sin embargo el llanto no era de dolor, era un llanto de felicidad (aparentemente), los demonios dibujados en las hojas que adornaban la pared estaban dispuestos siempre alrededor del rostro, como si lo cuidasen, como si la intención de ponerlos allí fuera la de proteger esa felicidad que había dibujado, una cama deshecha, no por el sexo, por que ése, aun no ocurría, creo que la razón era la absoluta introspección a la que llego observando sus ojos, no había nada mas importante que hacer. Mientras los dos permanecían inmóviles uno frente del otro la respiración aceleraba, su mano se acerco al punto casi de rozar la piel de ella, la movía como acariciando el aire, como si un colchón invisible le impidiera tocarla, pero a la vez como si este espacio diminuto fuera lo mas cerca que podría tenerla, su mano derecha viajaba de arriba hacia abajo, sintiendo la estática que en algunos momentos se descargaba, no podría decir si estaban o no desnudos, pero no era necesario, en ese momento de comunión de las almas no necesitaron de nada, solo de estar juntas, de tenerse cerca, saberse una.