EL LUGAR APROPIADO


A la entrada de un solitario bosque, revoloteaban inquietas las mariposas; habían volado todo el día, toda la vida, y era tiempo de descansar. Se sentían agotadas.
Era otoño y todos los árboles dormían, las flores estaban escondidas y el ambiente se tornaba frío y nublado. Las mariposas necesitaban un lugar específico donde ir a morir. Hasta esos entonces, ellas no tenían una estancia determinada donde ir a esperar tan noble momento.
Buscaron por todo el bosque, y cuando ya se marchaban creyendo que en invierno, no había allí un lugar para ellas, encontraron un árbol diferente; uno que no tenía sueños ni ganas de dormir, y que contemplaba a los demás en silencio y melancolía. Era un árbol desnudo, que se dejaba mecer por el viento para no sentirse tan sólo y triste. Las mariposas encontraron su lugar.
Y así, una a una se fueron situando en el escuálido señor del camino, que daba la entrada al bosque, dando un gran suspiro de agradecimiento. Muy pronto aquel árbol se vistió con un colorido y liviano follaje que le hizo sentir contento y acompañado. Todos dormían.
Al llegar la primavera, la vida del bosque lentamente comenzó a despertar, mientras las hojas de aquel árbol se estremecían y jugaban con el viento pretendiendo nuevamente volar.