Alineado el eje trasversal tomando como referente simétrico los ojos, los dos cuerpos se acercan lenta y ordenadamente en algunos casos, o de una manera caótica y veloz en otros, los parpados tapan casi totalmente el iris ocular, seguramente por ese miedo ancestral (a mi parecer absurdo, vampiresco de huir de nuestro reflejo en el “espejo del alma”), por una contracción totalmente coordinada de diez mil y tantos músculos, se sucede una secuencia de movimientos que comienzan por una extensión de los labios que se buscan en una serpenteante danza, seguido de la involuntaria contención del oxigeno en los pulmones, oxigeno que es soltado en una sola ráfaga por los dos cuerpos generando un torbellino miniatura entre sus bocas, el aire que al principio podría recibir el calificativo de enrarecido, muta, se trasforma extrañamente en brisa dulce y cálida, los labios humedecidos con saliva lúbrica se tocan y generan pequeñas tormentas eléctricas en ese imperceptible espacio, relámpagos, truenos, centellas, huracanes halitosos.
Las lenguas de los dos cuerpos cual guerreros luchan, se tocan, juguetean con sus superficies irregulares, dientes chocan, las salivas mutuas convertidas por una rara alquimia ahora son mieles; guerra, euforia como si, de estas sensaciones se desprendiera su propia existencia. Las cabezas de estos dos cuerpos oscilan en una danza diferente, para el observador parecería como si cada una de ellas quisiera consumir totalmente a la otra, pero para los dos cuerpos se convierte en algo así como un cortejo sudoroso, se ejercitan de manera simultanea los músculos del cuello, los brazos que juegan al gato y el ratón, las piernas que sostienen el peso de los movimientos cadenciosos y cada vez mas sincrónicos de los cuerpos. Lo extraño es que los cuerpos nunca recibieron doctrina alguna que les mostrara como hacerlo, lo curioso es que cada uno aporta la mitad de lo que recibe, lo maravilloso es que en este acto se conjugan saberes y nace un nuevo conocimiento.