Akim

LOS VISITANTES

Un sábado por la tarde, mamá pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Al noveno timbrazo, avisada por mi hermana, descolgó. Una voz desconocida le anunció secamente que se presentarían en casa en poco menos de media hora. Nuestros padres se encerraron en la cocina y se pusieron a hablar en voz baja, como si pretendiesen ocultarnos algo. Aunque intentaban disimular, se les notaba inquietos. Mientras tanto, Alicia y yo nos mirábamos sin comprender nada.

Los visitantes, dos hombres que vestían gabardinas de idéntico color, exhibieron, con un gesto mecánico, sendas credenciales. El más alto llevaba bajo el brazo una voluminosa cartera de piel. Nuestros padres les acompañaron hasta la sala de estar, mientras nos indicaban el camino hacia nuestra habitación y cerraban la puerta. Pegamos de inmediato el oído a ella (mi hermana arrodillada en el suelo y yo de pie) y, transcurrido un tiempo prudencial, coincidimos en que habíamos podido escuchar con claridad y en varias ocasiones, aparentemente dirigidas a nuestro padre, las palabras “régimen” y “movimiento”. La conversación estaba salpicada de advertencias y referencias a su empleo como funcionario del ministerio, así como a su salud.

No había pues -concluimos- nada que temer. Se trataba sin duda de una promoción a domicilio de algún nuevo tratamiento para la obesidad, o cosa parecida. Lo cierto es que en esa época nuestro padre estaba un poco fondón, así que nos alegramos pensando que no le vendría mal perder aquellos kilos de más. En la cama, estuvimos leyendo todavía durante un buen rato, hasta que apagamos la luz y nos dispusimos a dormir. Desde el otro extremo del piso seguían llegando, amortiguadas, sus voces. La palabra “caudillo”, que los visitantes también repetían desde su llegada, seguramente designaba el nombre de ese nuevo producto milagroso contra la gordura.

Hemefeo

Desamada


Liada en su trajín de sufrida ama de casa, sonó el teléfono cuando pasaba la aspiradora.

Contemplar en su labor diaria a Pilar, casi universitaria si el matrimonio no la hubiera profesionalizado en el hogar, hace suponer que lo que se traiga entre manos esta mujer tiene tanto de costumbre como de buen hacer. Y de hecho, si mirasemos con detenimiento, veríamos que bajo la apariencia desabrida que asume, por ejemplo en su atuendo, hay toda una hermosura; y que en las tareas que desempeña, hay también diligencia y eficacia artesanas. Cierto es que nos tendremos que detener bastante en estos tiempos que, no corren, sino vuelan. Pero ahí estaba en su trajín diario de sufrida ama de casa, decíamos, cuando sonó el teléfono.

Al otro lado, alguien dijo: ''Marisa, hago una escapadita en el almuerzo así que vete desnudando'' a lo que Pilar, azoradamente, contestó que se habían equivocado, y tras lo cual, oyó una expresión de sorpresa y una disculpa entre risas, justo antes de que colgaran.

Pilar se quedó así, colgada. Menudo corte, pensó, aunque de todas formas, ella no tenía de que avergonzarse. Aunque claro, hace tanto tiempo ya; una mujer que su único error ha sido el no darse cuenta de lo que se ha dejado atrás, hasta que una llamada tan tonta se lo recuerda. Que lástima. Se sentó en el brazo del sofá, apunto de deprimirse, pero también un tanto absorta en la fantasía que la llamada sugería.

Puso un ilusionado dedo en sus labios cuando el teléfono volvió a sonar. Casi no se atrevía a contestar. Pero lo hizo. ‘’Pilar, chata, soy Pepe, que no voy a poder ir a comer. Tengo mucho trabajo ¡Ah! y no me esperes tampoco para cenar, llegaré muy tarde. Adiós’’.

Después el tono, largo y tendido.