Fede cerró los ojos y la negrura fue total, luego los abrió despacio hasta distinguir el delgado hilo de luz que se filtraba por debajo de la puerta de su habitación, lo que significaba que sus padres aun estaban levantados. En la oscuridad siempre era una tranquilidad saber que alguien conocido andaba cerca. Cuando toda la casa estuviera a oscuras él ya estaría dormido.
Así, en la penumbra, su cuarto parecía el espacio exterior y la raya de luz bajo la puerta bien podría ser un mortal peligro al que su nave se aproximaba, o tal vez algún reducto de viajeros espaciales en el que bien podría encontrar a los legendarios personajes de la Guerra de las Galaxias, Hans Solo, Luc Skywalker o quien sabe que otro.
Cerró nuevamente los ojos, la luz desapareció e imaginó que la inteligencia que manejaba el extraño resplandor alargado había advertido su presencia y le estaba tendiendo una trampa, Alarmado los abrió y confirmó que ahora la oscuridad era total. El silencio también.
Están ahí, cortaron la energía en una maniobra táctica pero no me engañan, lo que debo hacer es corregir mi rumbo. Cerró nuevamente los ojos y observó con mucha atención esas pequeñas luces que se esconden tras los párpados cerrados, que a veces, adquieren las formas que uno desea. Ahora el universo se había poblado de estrellas planetas, cometas y meteoros. Me dirigiré a ese grupo de estrellas. Tras lo cual, con un movimiento imperceptible de las pupilas cambió la dirección de su imaginaria nave espacial.
El Navaja midió la distancia que había al suelo desde la medianera Era alta, pero se había descolgado de lugares mucho más peligrosos, y la tierra es blanda y silenciosa. La noche era fría, el cielo brumoso hacía mas profunda la penumbra. La casa dormía, ni un sonido ni una luz se advertían en ella, además no había perro. Es la hora del sueño profundo se dijo El Navaja. Si trabajo en silencio no se despertarán. Si lo hacen peor para ellos, sonrió, mientras su mano derecha palpaba la afilada sevillana que le había dado el apodo.
Caminó con paso de indio por el sendero del jardín, la puerta de atrás siempre es la más débil, decía el manual de su experiencia en largos años de escruches, asaltos y todo tipo de delitos. Encendió la pequeña linterna que irradiaba solo un delgado haz de luz, lo suficiente para ver lo que quería ver y comenzó a trabajar en la cerradura. Ingresó a la cocina, caminando sin producir ningún ruido, como un fantasma. Antes de dar cada paso, o de realizar cualquier movimiento el bastón de luz de su linterna inspeccionaba todo detenidamente, ni el más insignificante broche de la ropa escapaba a su atención.
Ahora estaba en un amplio hall al que daban cuatro puertas, una estaba un poco entreabierta, la empujó suavemente y alumbró. Una niña pequeña dormía abrazada a un osito de peluche. La siguiente estaba cerrada, giró el picaporte con habilidad profesional, el rayo de luz se posó sobre una flamante computadora. Esto va mejor, masculló por lo bajo, justo lo que me pidió el Ruso. Desplazó la dirección de la linterna hasta la cama donde dormía un chico de once o doce años. Más le vale seguir durmiendo o le voy a tener que cortar el pezcuezo para que no grite.
Fede había arribado a la galaxia lejana, plagada de estrellas, que había elegido. Un planeta rojo y azul circundaba una de ellas, y decidió explorar. El suelo era una interminable playa de arena celeste, se respiraba un aire fresco. Una brisa que venía de un mar rojo le mecía los cabellos. A lo lejos, perfiladas contra un cielo también rojo oscuro se recortaban las montañas afiladas y punzantes como estalactitas, que reflejaban tenuemente la luz de la estrella que daba vida. Sobre el mar, recortadas contra el cielo, unas aves parecidas a pterodáctilos volaban en círculos emitiendo agudos graznidos.
El chico no podía recordar donde había dejado su nave, caminaba por la arena celeste que se tornaba azul en la oscuridad, rumbo a una luminosidad distante sobre la playa. Debe ser un bar de viajeros espaciales, imaginó, y apuró el paso con ansiedad pero sin miedo. Algo le decía que había caído entre los buenos, que nada malo podía pasarle. No era un bar para viajeros. Era una nave ultra rápida, de las que pueden triplicar la velocidad de la luz. Sus dimensiones eran colosales y resplandecía como un sol. Se abrió una escotilla, dos hombres sonrientes con pantalones plateados, botas de media caña, extraños cinturones y camisas de tela liviana, bajaron lentamente hacia él. Cada uno llevaba en su lado derecho una gran pistola de rayos paralizantes de alcance ilimitado.
-Hola Fede, le dijo Luc Skywalker, -te estábamos esperando.
-Siempre el mismo remolón, ironizó Hans Solo con la sonrisa que Harrison Ford tenía hace veinte años, en tanto le palmeaba el hombro afectuosamente. Fede, inmensamente feliz y sorprendido, lanzó una carcajada.
El Navaja, agachado, trabajaba silenciosamente en el cablerío de la computadora. Había depositado la linterna encendida sobre el piso. Sus manos hábiles desconectaban y alineaban prolijamente cada cable en total silencio. Su oído atento, controlaba el sonido acompasado de la respiración del chico, y la sevillana, brillaba siniestramente al alcance de la mano.
Fede se revolvía en la cama, su respiración no era regular, El navaja suspendió la actividad permaneciendo inmóvil como una estatua, luego de apagar la linterna con un rápido movimiento y de echarle una fugaz mirada al puñal.
Todavía quedaba mucho por hacer, él trabajaba solo, tenía que sacar los bultos al jardín, pasarlos al otro lado de la medianera y después llevarlos de a uno hasta la camioneta. Esta vez no podía fallar, el Ruso tenía malas pulgas y hacía rato que no llevaba nada interesante.
El chico ahora respiraba normalmente y parecía muy dormido. Encendió nuevamente la linterna, con fastidio siguió tratando de aflojar los rebeldes tornillos de encastre de uno de los cables. De esas minúsculas complicaciones, a veces dependía el éxito o el fracaso de un trabajo. Un pequeño tornillo endurecido podía desencadenar una serie de acontecimientos no deseados.
Una carcajada a sus espaldas lo sobresaltó de muerte, el niño estaba riendo en sueños.
-Este estúpido va a despertar a todo el barrio, lo tengo que silenciar, maldijo por lo bajo, con la sevillana firmemente apretada en su mano y la linterna iluminando la garganta de Fede que no dejaba de reír, se fue acercando paso a paso. Colocó el filo del metal en posición de corte y calculó el golpe más efectivo.
Fede reía y Luc sonreía, compartiendo la alegría del muchachito. Hans, los miraba a los dos con aire divertido. Tan grande el universo, inmensas las distancias, tantos peligros en la lucha contra el Lado Oscuro y allí estaban los tres riendo en ese planeta de colores, poblado quien sabe por quien.
Las olas rojas llegaban mansamente, sin ruido a la playa celeste y se reflejaban en la superficie de la supernave, el eco de la risa de Fede era traído por la brisa desde las montañas, lúgubres como cipreses, mezclado con el graznido de los pájaros que persistían en su vuelo circular recortados contra el cielo encarnado.
Fede dejó de reír, se había percatado que Hans Solo con expresión muy seria ya no lo miraba a él sino a una luz a su espalda, que intuyó peligrosa. Sintió el fuerte brazo de Solo apartándolo hacia un lado, en tanto con un movimiento increíblemente rápido extraía la pistola diciendo con voz serena, -¡Atrás, Luc!
Skywalker giró sobre sí mismo y se dejó caer arrastrando a Fede. Antes de tocar el piso ya tenía su arma en posición de tiro. Dispararon al unísono con un zumbido suave sin emitir ningún destello o resplandor.
La luz amenazante se apagó y una figura humanoide se alejó arrastrándose con dificultad, hacia la vegetación de gruesos tallos y hojas negras que se extendía paralela a la playa.
Hans Solo pretendió seguirla, pero Skywalker lo detuvo,
-Es un mutante, ya tuvo lo suyo, dijo con autoridad...
Fede tomó la mano que le ofreció Luc y se incorporó, mientras escuchaba a Solo que decía,
-Te venían siguiendo muchacho...
El Navaja a duras penas alcanzó a subir a la camioneta. Tenía el cuerpo agarrotado y dolorido. Se había arrastrado penosamente desde la habitación del chico atravesando la cocina, y había logrado salir de la casa, gracias a que la puerta del jardín estaba sin llave.
Al otro día, el Ruso mientras empinaba un vaso de whisky, casi como al descuido, le dijo al Chino:
-Vas a tener que ocuparte del Navaja, sabe demasiado del negocio y me parece que la última sobredosis le aflojó una clavija. Anda arrastrando las patas y contándole a todo el mundo que cuando me iba a conseguir una Pentium con todos los chiches, casi lo mata un rayo de no sé dónde.
La madre de Fede, no se podía perdonar haber dejado la puerta de la cocina abierta, juraría que la había cerrado. El padre, aunque escuchó divertido el maravilloso sueño de su hijo, no creyó que no hubiera sido él quien desconectara los cables de la computadora.
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