Mi madre, una mujer obesa pero al mismo tiempo desnutrida, dualidad que parece solo aflorar en las dietas pobres, de cabellos negros y dentadura incompleta, rostro afable y agradable solo a su hijo.
Se hallaba sentada al lado de mi lecho, pues me es imposible darle el termino “cama” al carcaj destartalado y a las pajas secas envueltas en una sabana que hacían de colchón, instándome a implorar a Dios remedio a mi enfermedad. Me atormentaba hacia ya cuatro días.
“ Padre nuestro”, mí delgado rostro de niño se congestionó, dilaté el primer silencio de la plegaria para sonar mi llorosa nariz, seguro no agraviare a Dios tomando una pequeña pausa en la oración a causa de este cuerpo que padece quien sabe qué. Seguí la oración con un tono de voz solemne ,imitando la entonación inusual de mi madre cuando habla con Dios , una especie de mascara que aprendí a tolerar solo frente a El “que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” me permití otro intervalo para tragar saliva con un gustillo metálico y continué “venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal, amen”.
Paso el día lleno de fiebre y delirio, roja la piel y desnuda la razón ante el mal que me aquejaba, tirado en mi pesebre, con mi único ángel a mi lado, mi madre. La habitación se ponía fría, y para darme calor, mi ángel se acostó conmigo. En un abrazo maternal, lleno de la intimidad pobre y sana de su casta mal oliente y pura. Así yacimos por horas, y la luna, de tanto esperarme, se canso en el cielo azul oscuro y se fue a quien sabe donde, a regar su sangre en otra noche. Al llegar la mañana, mi madre a mi lado dormida; yo despierto todavía, sentí que mis pies ardían, mas al verme en agonía, sin llama alguna, sin fuego culpable, sin humo delator, pensé que al fin sucumbía. Mis ojos secos, mi boca amordazado, ningún signo daba yo de lo que me aquejaba; y entonces le vi, vi al Jesús andrajoso, bañado de telas rasgadas, estómago abultado, cuerpo flaco, de pies y sandalias pobres, barba rala y ojos extraños, mueca desfigurada. Quedamos enlazados, como dos extraños que se miran, su vientre sucio se agito y hacia mi tendió primero el brazo, flaco y lleno de venas azules. luego de un par de minutos rotó la muñeca y rebelo su blanca palma a este ser impío, y para finalizar su gesto de omnipotencia remendada,de carpintero pobre, elevó el dedo índice al cielo. Oscureció.
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