Queridos amigos:

Envío esta carta que recibí de un modo por demás extraño. Les contaré las circunstancias en una próxima. Por el momento les dejo con el autor. Quien escribe es nada menos que Rocinante.

Estimados críticos, lectores y estudiantes del benemérito señor Don Miguel de Cervantes Saavedra :

Durante 400 años mantuve un silencio encabritado. Hoy he decidido romperlo con un relincho de protesta. Ya que nadie en estos años ha salido en mi defensa, soy yo mismo que tomo riendas en el asunto para señalar el agravio del que se me ha hecho objeto durante cuatro siglos.
Aclaro ante todo que con el insigne autor no tengo ningún problema. Él me puso donde debió ponerme y me dio la actuación que cabía en su relato.
No soy tan presuntuoso de pensar (aunque como pienso) que mi importancia es comparable a la de otros equinos insignes pero modestamente figuro junto a ellos en la lista de caballos famosos. Y si no me creen pregúntenle a Google.
Admito que no soy tan impetuoso como Atila, quien a su paso no dejaba hierba en pie, no soy el dueño de las alturas como Pegaso, ni nadie me ofreció ser senador, ni me parezco a Bucéfalo. De Babieca hablaremos en otro momento, éste es otro cantar, yo vengo en esta proclama a lanzar mi coz contra los críticos que se desbocaron hablando de realismo e idealismo, de quijotadas y panzadas y de mi, ni una pezuña.
¿No notaron cuál era mi cometido en toda la novela?
Si Julio hubiera dedicado algo de su tiempo a mi persona cuadrúpede en vez de jugar a La Rayuela hubiera descubierto en mí un personaje como los que a él le encantaba crear: un doble, un otro yo del protagonista. Soy la otredad que encarna el inconsciente del hidalgo.
Me han ignorado sin comprender que soy yo quien guía la mano del escritor.
¿Qué le quedaría al señor Don Quijote del aspecto de caballero andante sin la ayuda de mis cuatro patas? Nada, sólo ridículo y miseria. Soy yo quien lo convierto en andante como él me convirtió en Rocinante y ,dicho sea de paso y de trote, Don Miguel no tuvo que apretarse las meninges para encontrarme un nombre. ¿Qué más obvio que llamar Rocinante a un rocín? Negligencia insultante.
Sin mí el hidalgo no es nada. Yo soy su otra cara. Yo soy el revés de la medalla del caballero de la triste figura. Somos semejantes en lo enjutos y enflaquecidos, pero yo, con todo el respeto, soy mucho más sensato que él y que el palurdo Sancho, a quien también se le va dando de vuelta el cerebro y se le pega a ratos la locura de su amo.
Cuantas veces, mostrando más cordura que la que tienen los otros dos juntos obligué a mi jinete a seguir ciertos caminos que él creía elegir voluntariamente. Más de una vez reconoció que era mejor dejar sueltas las riendas y emprender el camino del regreso. Cuántas veces me negué a seguir adelante al olfatear el peligro donde él veía gestas grandiosas, y rumbeé para la querencia, esforzándome en indicarle que ya era hora de volver a casa.
No hay caballero sin caballo dicen, es cierto. Así como a menudo guío al Quijote, Cervantes va llevando su novela por donde yo quiero que vaya, por la senda del sentido común y me permite esos retornos y también me concede el derecho de quedarme atascado como un mulo cuando veo que el riesgo es grande. En esas circunstancias por más que Don Quijote me golpee en los ijares no consigue moverme.
No sé si ésta llegará a manos de quienes puedan poner fin a la injusticia. No pido mucho. Pido que se haga justicia y que se levanten las voces para ensillar mi figura donde se merece. Pido que se admire mi conducta, mi obediencia (a mi pesar) mi buen tino y mi paciencia. No queriendo abusar de la vuestra, corcoveo.

Atentamente:

Rocinante

Yvette Nino Schryer