No hacían ni quince minutos que había terminado de cenar y ya era hora de acostarse, mañana debía viajar temprano a buscar esas boletas. Y estas boletas eran importantes, soñó con ellas la noche anterior, sábado. Que su jefe lo haya hecho ir no era el motivo por el que iba, pensaba, eran importantes porque sin ellas se incumplía con la ley que al fin y al cabo la hicimos todos, no las vamos a romper ahora que las escribimos y todo. Echó una mirada al lavaplatos y vio su plato sucio, luchó contra su voluntad y con media sonrisa se dirigió a buscar el detergente que había abandonado en el lavadero por algún motivo retorcido. Con el delantal puesto, manos a la obra.
Se quedaba sentada y mirando las zapatillas, que corrían seguras hacia allá, y no les importaba que ella no estuviera con ellas; tuvo que haberse despertado o dormido porque las zapatillas seguían ahí, en la pieza a oscuras junto a la cama destendida de sueño. Sabía que en su mente no estaba pasando nada, pero también sabía que su casa Federico, que su abuela Federico, que sus dolores Federico, que su balcón Federico y sus zapatillas Federico. Y no era para menos, seis años de novios y una carta de adiós en la mesita de luz, y perdon y perdon y Andrea y perdon.
Como hace una hora, seguía el resumen deportivo con interés y sin moverse de su cama. Es lo que merecía después de quedarse diez horas todos los días de la semana en la oficina. Después de cinco días de no hacer nada a gusto es justo no hacer nada, a gusto. El empate llegó en el último minuto y de cabeza, dos medallas y tras la pausa lo mejor.
Estaba angustiado por como habría reaccionado ella, o al menos así hubiera querido digan estaba. Daba vueltas por la casa indeciso, como si la culpa lo persiguiera, pero Andrea. Vio sus llaves en sus zapatos manchados y pareció decidirse por ir a su casa a terminar todo para sacarse la culpa, o tranquilizarla, como prefirió pensarlo, y su cuerpo lo acompañó.
Guardado el último plato se puso el pijama a cuadros y se fue al dormitorio, que yacía desacomodado como por la mañana. Con más ganas de acostarse que de guardar, ordenó la pieza con la destreza que pocos tienen y disfrutó sacándose las medias, listo para la cama.
Con lágrimas en los ojos abrió la puerta que da al balcón y la cerró del lado de afuera, encerrando sus zapatillas, encerrandose en el viento de noche, en el viento de su noche.
Tras la larga pausa había regresado lo mejor, el mejor gol, que ya había visto al menos tres veces en otros noticieros seguía siendo el mejor gol y eso lo alivió.
Ya había llegado al palier de su edificio y entrando al abandonado ascensor que tanta veces lo ayudó buscó el numero seis, y se alistó en el espejo sin saber por qué. Salió del ascensor y buscó la llave correcta.
Cuando por fin se acomodó en la cama, se abrió la puerta de su casa y cayó seis pisos. Apagó el televisor y durmió tranquilo. |