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Esta vez fue una imagen, y no un sonido lo que me llevó hasta vos. Pero se necesita más que una imagen, por eso los sonidos siempre están. No tengo fuerzas hoy. Quizás sean los soles que me absorben, o las imágenes que me quieren llevar detrás de las montañas. No sé. Pero me doy cuenta de que ahora las causas no importan. Basta de buscarlas. Mi pelo cae del lado derecho y me late la garganta. Cierro los ojos y veo mi respiración pulmonar. Caigo sobre el respaldo, incorporándome en menos de un segundo. Toco lo áspero y tiemblo. Tiemblo sola. No hace falta otro. Ese temblor que vuelve y me hace caer en el sillón del comedor en donde una vez soñé pájaros crispados. Me siento sobre la silla ahora, negra y con mis piernas cruzadas. La derecha sobre la izquierda, los brazos se mecen a ambos lados del cuerpo. Miro la nada. No importa qué haya delante mío, miro la nada. Pero no estoy triste. Estoy. Me retracto del punto y aparte y voy a cambiar la música porque necesito más dosis de sonido. Me creo legítima a veces. Una más una más una dan el fin. Ahora tengo las piernas descruzadas y apenas puedo ver las uñas rojas debajo del escritorio. Este ejercicio se transformó en una necesidad. Mi cabeza cae hacia atrás y con la coronilla rozo el ropero que contiene la ropa de invierno. Mi pulgar no se activa aún. Me identifico con él. Mi boca pide otro cigarrillo y mis ojos, el sueño que mi mente no les da. Mi estómago sube y baja con cada respiración. Mi pecho se asfixia debajo de lo negro. Y esta soy yo. Tiradísima. Es enero y se soporta. Mis piernas son cóncavas a los costados. (Esto es malísimo). |
Texto agregado el 20-04-2005, y leído por 142 visitantes. (0 votos)
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