Señor Felipe:
En estos días que se acerca nuestros cumpleaños, me he limitado a escribirle esta carta para saludarlo. Si un poco de amistad queda entre ambos, espero la lea.
Me he pasado noches enteras tratando de explicar en papeles una disculpa a lo sucedido hace unos meses. No lo he logrado, sé que nada de lo que le diga o haga lo hará cambiar de opinión. Nuestra amistad se quebró, y la verdad que no se quien fue el culpable. A decir verdad yo creo que mis padres. No quiero admitirlo, pero fueron mis padres. A ti nunca te cayeron del todo, y tú menos a ellos. No había bronca de mi parte hacia ti, lo sabes. Mis papás que me criaron orientándome a los que ellos deseaban, ser médico, siempre han sido estupendos conmigo, y yo lo mínimo que les merezco es respeto y comprensión. Quizás, no deba hablar de esto, pero ya sabes como soy. Quiero que los perdones por lo que hicieron, y un día de estos podamos ir a jugar a fútbol con mi papá como un tiempo lo hicimos. Hacíamos buena dupla en las canchas y como negarlo, fuera de ellas también. Pero poco a poco todo cambió.
Estaba por acabar la época del colegio y papá me decía que dónde deseaba estudiar Medicina. A ti te enojaba que yo no pitease por decirles que lo que quería era estudiar Literatura, carrera que tu también querías seguir. A ambos nos gustaba leer. Hubo un tiempo que comenzaste a escribir poemas. Yo, que no se hacerlos, no pudo imitarte. Eso fue otro quiebre en nuestra amistad: que usted empezaba a caminar rápido, y yo seguía de la mano de mis padres.
Ahora que lo pienso usted y yo nos parecíamos más de lo que se pensaba. Ambos tenemos la misma estatura, el mismo peinado, color de ojos, de piel, de cabello, y extraña coincidencia: ambos somos zurdos. Nos enamorábamos de la misma chica, pero eso nunca hizo que nos peleáramos entre nosotros, quien la conquistaba se quedaba con ella. Algunos incluso nos decían que éramos igualitos de rostro. Eso me daba risa. Ambos solíamos reírnos por los chistes tontos de Alex y alonso, ellos gemelos por cierto. Te acuerdas que algunos habían pensado que tu y yo éramos también gemelos. Pero no podíamos serlo. No había probabilidad alguna, mis papás solo me tuvieron a mí, y lo mismo con los tuyos.
Tú odiabas a tus padres. Ellos te daban la contra en lo que, por ese entonces, más disfrutabas: leer y escribir. Ellos también querían que estudiases medicina. Les gritabas en papeles que no querías que se metieran en tu vida. Yo quería tener el mismo valor que tú.
Una semana antes de dejar de vernos aconteció el quiebre mayor. Conocimos a Fiorela, y de costumbre, nos enamoramos de ella. No teníamos que decírnoslo, era como si estuviese estampado en el rostro de cada uno, pero solo nosotros podíamos leerlo. Usted me dejo ventaja para enamorarla, pero no la aproveché.
La gota que derramó el vaso fue esa mañana en el que mis papás pusieron Internet en mi casa. Ese día fue el último que lo vi a usted. Estábamos en la sala esperando a que este listo la instilación, yo me asome frente al espejo y en él pude ver su rostro con una sonrisa maliciosa, como si usted lo tuviera todo planeado.
No volví a verlo nunca más. Ahora, cada vez que me siento frente a mi computadora me quedo dormido. Bueno eso creo, porque cuando recobro el sentido estoy nuevamente frente al espejo, sin saber que he hecho en ese lapso de tiempo. Parado frente al espejo me miro el rostro, y dibujo mis ojos en la imagen que no miran nada. Tras de mí, la computadora esta encendida, diría de ella que tiene algunas ventanas abiertas, y de la silla, por la posición en la que está, que alguien estuvo sentado.
Espero haya entendido que yo no tuve la culpa de nada. Espero también que perdone a mis padres, que siempre han deseado lo mejor para mí. Y por ultimo espero que perdones a sus padres, me dijeron que lo están buscando, que encontraron un rastro suyo en alguna pagina de Internet con fondo celeste, en la cual usted escribe de vez en cuando (¡Caray! Como se nota que ya no somos amigos, lo trato de usted) Me alegra que esté escribiendo, prometo leerlo uno de estos días, en cuando pueda acercarme a una computadora, sin quedarme dormido.
Me despido de la forma como le gusta que sea llamado:
Hasta algún día Señor Felipe.
Jesus Torres
28 de julio de 2005
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