ES SÁBADO
Al despertar sólo veo las rayas del techo. Porque mi techo, el techo de mi habitación, tiene un decorado a rayas blancas y negras. Como todo el mundo hace, sé que debo levantarme, pero ¿a quién importa? Sólo hago roña hasta que la cabeza comienza a dolerme, lo cual es señal de que debo levantarme. Obligo a mi cuerpo a hacerlo, y descubro con desagrado que el mundo sigue vivo.
Cuando vivía en la casa de verano, cuando era un crío, mamá se la pasaba teje que teje, sin parar. Sin fijarse si el cielo se le venía encima, o si el suelo se le venía encima. Y su mecedora era como el lago: Frío, monótono y supremamente extenso. La mecedora era eterna.
No es que el metal ardiente de la olla me haga volver a tierra, pero yo no soy cuerpo glorioso. Y a Jazmín se lo decía, todos los días. Ella tenía un rostro angelical, un cuerpo celestial y un pudor de monja. Por desgracia. Pero todo no es perfecto, así que ella no podía ser perfectamente mala; su punto fuerte (o débil) consistía en parecerse a una niña, tierna y sublime. El café ahora me dice que yo la presionaba a inclinarse a la lujuria, pero es que, como vos sabéis, mi pecado favorito es la gula. Las tostadas nunca tienen la razón; no oigáis nunca sus consejos amorosos, pues las tostadas nada saben acerca de ello.
Los sábados el mundo debía morirse. Todos los desgraciados sábados el edificio de enfrente se llena de esos fanáticos religiosos que oran con las manos levantadas, hacen liberaciones y estremecen los vidrios y mi calma con su pop-rock místico. Y si las señoras me ven sin camisa desvían sus pupilas. Lástima que sus hijas adolescentes no sean tan recatadas...
- ¿U2?
- No.
- ¿Bon Jovi?
- No.
- ¿Calamaro?
Jazmín siempre pugnaba: “Calamaro, ponme Calamaro”
Los días en que mi papá enfermó, antes de morir, llegué al lago. Llevaba en mis brazos las cartas que él le escribió a mamá cuando eran novios. (Me las había robado del baúl lleno de telaraña) Las quemé, al pie de la orilla. Para prender la candela usé como combustible los maderos de la mecedora. Luego de que todo estuvo ilegible, tomé las cenizas y las arrojé al agua.
Entonces entendí que uno no se dedica a perseguir ni a buscar ideales allá afuera, porque todos los llevamos dentro.
Ahí salen los cristianos esos: Todos van con un paraguas negro sobre la cabeza.
Son mejores las tostadas sin mermelada, pues a Jazmín le gustaban con mermelada de mora. Yo jamás le escribí cartas, pero ella a mí sí. Este verano, cuando regrese al lago, voy a fabricar una hoguera con la casa del perro, y quemaré sus cartas y su diario en ella. (Resulta que ella me dejó su diario, pero lo fui a leer y se trataba de un librito con todas las páginas en blanco. Tal vez arrancó las hojas que estaban escritas, no sé, de cualquier modo a mi no me interesa un diario que no se puede leer) Sí, voy a quemarlos ahí. Voy las semana entrante.
Y si me entra el arrebato, le hablo a una de las hijas de las viejas beatas esas de aquí en frente.
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