CLARA-MENTE
Soy un maldito cobarde. Pero es por que, a veces, los miedos se transfiguran en las míticas voces de mi cabeza y me impelen al vacío del no, a la llamada del olvido. A propósito de llamadas, el otro día timbró el teléfono de mi casa (cosa rara, pues a mí casi nunca me llaman) y al otro lado de la línea estaba Clara. Clara es una amiga mía, y Clara, como su nombre no lo indica pero sí lo insinúa, tiene ojos de color claro. Y yo tengo un serio problema con las personas de ojos claros: No puedo ver sus pupilas directamente, no resisto esa mirada. No es un trauma, o un vicio, o una manía; es tan sólo algo inconsciente. Decía, pues, que Clara me llamó. Luego de los formalismos estúpidos y de las frases obligadas que siempre se dicen al iniciar una conversación (ustedes saben: “Hola” “¿Cómo estás?” “Bien, ¿Y tú?” “¿Todavía estudiando?” “Ah, qué juicio”, etc.) ella me lanzó una proposición, camuflándola en un anuncio casual y aparentemente sin intenciones. Como quien no quiere la cosa me comentó: “¿Sabes? Me enteré que van a pasar en el cineclub una película de Dann Patrick...” Yo dije de inmediato, en tono de ignorancia: “¿Dann Patrick?” Y le iba a preguntar de nuevo quien rayos era aquel tipo, cuando me interrumpió con un efusivo “¡Sí, Dann Patrick! ¿Te imaginas?” Sin ánimo mi respuesta fue: “Sí, claro...” A mí siempre me ha gustado que me digan las cosas claras, con las palabras exactas y de la manera precisa, como debe ser. Así que procedí a jugar con ella y su conversación, para hacerla caer en mi trampa.
- ¡Dann Patrick! ¿Qué tal?
- Ummmmm... No sé –declaré.
- ¿Sabes? A mí me gustaría mucho ver esa película...
- Sí, lo imagino.
- Pero no tengo con quién ir...
- Qué mala suerte –le dije.
Luego de un buen rato en silencio, Clara me confesó:
- Oye, ¿Me acompañas a ver la película?
“¡Bingo! ¡Sí! ¡Cayó en el garlito!”
- Claro que sí –le respondí.
Y sólo después de colgar el auricular me percaté de dos cosas muy importantes: Una; es que tengo problemas para ver a una persona de ojos claros, y Clara, como su nombre no lo indica pero sí lo insinúa tiene ojos claros, así que ésta iba a ser técnicamente una cita a ciegas, pues yo podría ver su ropa, sus zapatos, la paloma aplastada en el asfalto, cualquier cosa menos sus pupilas. Y dos; ¿Por qué maldita razón, luego de crear tantas prerrogativas, terminé diciendo al final que sí?
La película de Dann Patrick fue un asco. Era de esas comedias rosas con final feliz y un humor soso e inteligible, como las de Hugh Grant. Luego de salir del cineclub Clara comenzó a contarme la película en detalle, como si yo no la hubiese visto:
- ¿Si viste cuando Dann Patrick abrazó a la muchacha?
- Si, lo vi –dije, al tiempo que rodeaba la cintura de Clara con mi brazo y la estrechaba contra mí.
- ¿Y si viste cómo Dann Patrick le hablaba a su novia en la película?
- Sí, lo vi –respondí, suavizando y modulando mi desastrosa y peculiar voz.
- ¿Y si viste cómo Dann Patrick miraba a su prometida en el muelle?
- Sí, lo vi –dije mientras me detenía frente a ella y sacaba fuerzas de donde no tenía para mirarla a los ojos, con dulzura.
- Y, ¿sí viste cuando Dann Patrick besó a la protagonista?
- ¿Sabes? Creo que me perdí ese pedazo...
Enseguida Clara y yo nos separamos. Mientras caminábamos uno al lado del otro, una voz de chicharra atormentaba mi cabeza...
Varias cuadras más adelante, mientras caminábamos bajo las estrellas, Clara comenzó un recital de suspiros, armonizados por algunos “Quisiera tener a alguien como Dann Patrick conmigo”. Y mientras, yo me preguntaba qué sería mejor: Si invitarla a comer una pizza o una hamburguesa.
La magia es fácil de arruinar. La Candelaria es un lugar mágico, y se pueden sentir muchas cosas bajo su influjo. Después de un rato, Clara se detuvo en seco a la mitad de la acera. Yo seguí un metro más, pero cuando me di cuenta desanduve mi camino hasta llegar a ella. Estábamos frente a frente, y pude verla a los ojos sin intimidarme. Ella también me miró a los ojos, sonrió y me dijo muy despacio:
- Me gustan mucho tus ojos...
- Ah... ¿De veras? Gracias... Contesté. Soy un sucio cobarde. Clara bajó la cabeza, sus ojos brillaban bajo la luz mortecina del alumbrado público capitalino. Luego subió su mirada como si fuese uno de esos israelitas que esperaron 40 años en el desierto encontrar una tierra prometida. Y concluyó, con voz cansada:
- Acompáñame a coger el bus. Está tarde, mañana tengo que madrugar a la universidad, y mi papá debe estar pegado al techo...
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